sábado, 28 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: La voz.


SÁBADO 28 DE MARZO


He vuelto a tener otro momento de debilidad que no creería en mí: me he vuelto a imaginar un par de veces limpiando los cristales de los ventanales, incluso la materia radiactiva que hace un año o así dejaron unos pájaros que anidaron cerca de la azotea. Los animalitos adornaron las ventanas pequeñas de la vertical de los miradores entre salón y habitación, todas las plantas esturreadas... Son persianas que siempre tengo cerradas, y cuando descubrí el pastel no pensé que meses después me vería con el ánimo de ponerme a limpiarlo. Esta mañana, antes de salir a hacer la compra de la semana he hecho inventario de los productos de limpieza, sólo con el propósito de comprobar si tendría suficiente arsenal para afrontar esa tarea hercúlea. Por ahora no he rebuscado en los armarios para localizar la escobilla especial para limpiar cristales.

Intentaré alargar ese momento hasta el miércoles, cuando sepa si estoy con actividad laboral o no. Es quizá la única incertidumbre que de alguna manera me ha dado qué pensar durante este confinamiento. No hablo de la limpieza de las ventanas, sino del futuro laboral una vez que me saquen del contrato en el que estoy. Y no es por el riesgo de quedarme en la calle, puesto que mi intención es irme y sé que tarde o temprano todo esto terminará y pondré en marcha mi idea de excursiones en Alicante, sino por el hecho de que me reasignen a alguna cosa nueva que no me va a interesar en absoluto, que no significará nada para mí y que tendré que aprender a procesar teletrabajando desde casa; la otra opción ante esta nueva situación que se me dibuja a partir del miércoles es que no tenga ninguna actividad laboral en la que ocupar mi tiempo, con lo que sí deberé poner en práctica la cantidad de historias que durante la primera semana de confinamiento nos propusieron en las redes. En todo caso, hasta dentro de dos o tres días no lo voy a saber, ni tengo forma de ocuparme de ello, con lo que mejor no preocuparse. Y valga esto como consejo: ¡no os preocupéis de cosas de la que nos os podéis ocupar! Bastante tenéis cada uno con lo que tenga en casa.

Y como decía, en efecto hoy he salido a comprar después de una semana sin atravesar la puerta de casa más que para sacar la basura al descansillo. Hoy sí que se notaba más el vacío en las calles, apenas me he cruzado con tres personas en mi camino hasta el súper, que era como una isla de actividad en el desierto urbano del sur de Madrid (jamás había visto el puente de Toledo sin nadie). En una semana las cosas han cambiado de forma sensible, por fin nos hemos organizado: había cola para entrar al súper, con un vigilante dando el turno de entrada según salían otros clientes, con las marcas en el suelo estableciendo la separación entre personas para acceder primero al dispensador de gel, luego al de guantes y por fin al espacio de los carritos. Un empleado iba marcando el ritmo una vez dentro del súper para ir dando cada uno de estos pasos. Parecía una cadena de montaje en la lucha pasiva contra el contagio, y he tenido la sensación de efectividad (ya veremos la eficiencia), de que cuando nos lo proponemos sabemos hacer lo que toca hacer, independientemente de que haya versos sueltos que no entiendan que ahora la fuerza reside en la colectividad organizada y no en el individualismo inconsciente. Además, nuestro papel es tremendamente fácil, no tenemos excusa para no ser parte de ese engranaje.

Ayer me emocionó ver en las noticias la rapidez con la que en el recinto ferial de Madrid en IFEMA, se había montado el sistema de suministro de oxígeno a todas las camas UCI que se han habilitado en ese hospital de campaña. En apenas tres días, con el concurso de profesionales autónomos y jubilados de las especialidades laborales requeridas, todos voluntarios, había puesto eso en marcha todo el sistema bajo la dirección de oficiales de Bomberos de Madrid y de la Unidad Militar de Emergencias. Tanta gente dando un paso adelante para ofrecer sus manos y su conocimiento con el único fin de ayudar, es algo que me emociona, pero que al mismo tiempo me hace sentir inútil puesto que no sé cómo podría ayudar.

La única forma en la que me puedo sentir útil es hablando, leyendo cuentos como hice ayer en Instagram y Facebook, ofreciendo mi mejor cara para animar y entretener, sean diez personas en una red social, las videollamadas en grupo (hoy he tenido dos aperitivos, siempre muy bienvenidos, con ingesta de vino generosa...) o una por teléfono. Hablar por teléfono, esa cosa que no sé hacer y que sin embargo llevo varios días practicando y mejorando. Me está gustando ofrecer una de las mejores cosas que tengo, mi voz, y tener la compañía de quién necesita o quiere hablar conmigo, es un quid pro quo más íntimo que me trae muy buena música en estos tiempos de soledad física.


David 10 – Nocilla 0


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