martes, 17 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Esto lo pagamos entre todos.


MARTES 17 DE MARZO


Ayer tuve un par de conversaciones con amigas en las que salió, de forma teórica, el tema del sexo virtual como remedio al aislamiento al que nos vemos confinados. Y es que las personas solteras que estamos encerradas en casa sin ningún tipo de contacto físico, vamos a tener un periodo en el que las posibilidades de yacer con alguien son nulas. Vale, en mi caso he tenido periodos de sequía sexual bastantes más prolongados que éste al que nos enfrentamos, pero en esas ocasiones siempre había alguna opción, por muy mínima que fuera, de que una muchacha se equivocara y quisiera venirse, o llevarme, a conocernos en el sentido bíblico de la palabra: horizontalidad gozosa y verticalidad de la que mola. Pero ahora estamos en situación de aislamiento social, así que la satisfacción de las necesidades sexuales es algo que se queda solo en nuestras propias manos.

Reflexionando sobre esto he llegado a la conclusión de que van a haber diferentes oleadas de nacimientos a comienzos y mediados de 2021: la primera, más suave, se deberá a las parejas sin niños que hayan quedado encerradas juntas en casa; la segunda, con un pico más acentuado, será la de los solteros que estamos solos en nuestros hogares y vamos a salir como el toro a la plaza. Cuidado con no usar métodos anticonceptivos si no es algo que se esté buscando (y ojo con las ETS).

Pero bueno, el teletrabajo ayuda a no estar todo el día pensando en qué cosas hacer para matar el tiempo (que el diablo cuando se aburre mata moscas con el rabo), y como dije ayer hay que ir encontrando las rutinas, amoldarnos a ellas y sobre todo huir del pijamismo, separar el espacio de trabajo del de la vida normal (el trabajo no es vida normal) en la medida de lo posible y tener claro que si es la hora en la que ya has terminado, hay que olvidar el correo del trabajo.

Hablando de rutinas, hoy supuestamente debería haber tenido una ruptura del confinamiento porque tenía una salida al otorrino: a comienzos de año me dieron unos vértigos y me hice algunas pruebas para buscar el origen de esos mareos que el primer día casi me tiraron al suelo una tarde al salir de la oficina, justo antes de montarme en la moto. Estos vértigos cesaron después de un par de visitas al fisioterapeuta para que me desenroscara el cuello, así que todo presagiaba que estos vértigos se debieron a un tema de cervicales, que creo que estuvieron motivados por el estrés. De hecho, esta fue una de las circunstancias que me ayudaron a decidir cambiar de vida cuando las cosas se me pusieron de cara para montar mi propio negocio.

Pues bien, ayer me llamaron para suspender la cita, pero hoy el que me ha contactado ha sido el otorrino para decirme que todo está correcto y que en efecto los vértigos podrían deberse a temas de cervicales, que yo asocio al estrés, con lo que me reafirmo en mis ganas de escapar de Madrid (si este Fin del Mundo me lo permite).

Quería haber aprovechado esa salida al médico para haber hecho luego la compra a una hora de poca concurrencia, pero finalmente he tenido que esperar a las seis de la tarde tras terminar con mis obligaciones laborales, así que durante el día he ido haciendo un par de listas para la tarde: la de la compra y la de la gente a la que quiero llamar o contactar para saber de ellos y cómo están viviendo este aislamiento social. Es el momento de ir acordándose de otra gente y hacerles saber de alguna manera que te preocupan o que echas de menos el contacto.

Es en estos momentos cuando te das cuenta de que de repente alguien puede dejar de estar, ya no formar parte de tu vida o de tu paisaje, aunque sea allá lejos en la línea del horizonte, y precisamente ahora va a haber mucha gente a la que le va a pasar eso. Ayer, una enfermera que conocí hace unos días por una aplicación social, y con la que comencé a hablar cuando ya nos confinábamos en casa, me contó que celebró el lunes sus 40 años trabajando en medio de este lío, agotada por la carga tremenda que están pasando, que están desbordados y me advirtió de que hay también gente joven sin patologías previas sufriendo las consecuencias de este maldito virus, con lo que por desgracia todos vamos a tener a alguien cercano o saber de alguien que va a pasar la enfermedad, por no hablar de sus consecuencias económicas.



Este texto va dedicado a MJ, una enfermera desconocida que me confiesa que tiene miedo de no controlar sus emociones a partir de mañana cuando esté con pacientes críticos en la UVI.

Justamente esta mañana nos hemos enterado en el grupo de whatsapp del trabajo de que la abuela ingresada de otra compañera, de la que hablé hace un par de días, está en una fase crítica, que en el hospital les han dicho que están desbordados y que no pueden hacer mucho más. Esto está en línea con lo que también escuché a un médico italiano en un informativo: estamos entrando en fase de medicina de guerra, en la que se ha de decidir quién sí y quién no para optimizar recursos ante una situación desbordante. Por eso me emocionan los aplausos de reconocimiento que cada tarde a las 8 damos a los sanitarios y a todo el resto de gente que está trabajando por nosotros, porque están luchando contra una situación límite. Tan solo espero que esto sirva para que mucha gente se dé cuenta de que el sistema sanitario que tenemos se ha construido con los impuestos que algunos intentan no pagar o quieren no pagar, que esos impuestos no pagan solo sueldos de profesionales, construcción de centros de salud y hospitales, sino también las universidades, las becas, los profesores y las matrículas con las que se forman todos los profesionales que ahora están dejándose la piel para salvar la vida de cada día más gente.

Y que es nuestra responsabilidad como contribuyentes a este sistema la de exigir que nuestro dinero se invierta (no es un gasto, sino una inversión, por favor, tengamos esto claro) de forma eficiente: sin derrochar, pero sin cerrar la mano olvidándonos de que nuestro dinero paga formación y paga salud de quienes nos rodean.

Hoy he sido muy consciente de todo eso mientras escuchaba la comparecencia del presidente del Gobierno explicando la cantidad de dinero que se va a destinar para aplacar los efectos de la crisis brutal que se nos ha echado encima en tan solo medio mes: es el dinero de todos, el que hemos pagado con nuestros impuestos, el que va a servir para ayudar a quienes peor lo pasen. Pagamos también para estar protegidos frente a estas incidencias imprevisibles.

Y mientras escuchaba al presidente del Gobierno por la radio, estaba ocupado con el trabajo recogiendo informes de las obras que día a día se están suspendiendo en los aeropuertos, una radiografía de cómo la actividad va apagándose: un goteo constante de suspensiones de obras por problemas logísticos y de restricciones asociadas al Estado de Alarma. Cada obra a la que le asignaba una S de Suspendida significa gente que no puede ir a trabajar, dinero que no se paga, pedidos cancelados o aplazados… Y mientras tanto el presidente del Gobierno en su comparecencia no escatimaba en adjetivos referidos a la gravedad de la situación.

Esto no es una broma, aunque no hemos de dejar el sentido del humor.

Pero bueno, la vida sigue y hay que alimentarla. Esta tarde, cuando he terminado con el trabajo he ido a hacer la compra; y me ha sorprendido ver por la calle más gente de la que esperaba. Era como un domingo por la mañana en el entorno de la glorieta de Pirámides pero con tiendas de alimentación abiertas y autobuses urbanos vacíos. Esta vez los estantes de fruta, verdura y carne estaba abastecidos, y lo que escaseaba era la cerveza y el vino: parece que hemos pasado del pánico acaparador al bálsamo alcohólico. Lo que sigue más o menos igual es el tema del papel higiénico, aunque con una leve mejoría: hoy sí había papel, pero del caro, el acolchado, que parece que no queremos gastar más de la cuenta en limpiarnos el culo. En fin, deseo que con los cuatro rollos que ya tenía y los seis que he comprado sea suficiente para pasar esta crisis y aún me sobre.

Eso sí, mi culete va a disfrutar de un papel suave y acolchado en mis últimas semanas en Madrid. Y no merece menos, que es quien ha de soportar cada día lo peor de mí.

CONTINÚA AQUÍ...

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