MARTES 17 DE MARZO
Ayer tuve un par de conversaciones con amigas en
las que salió, de forma teórica, el tema del sexo virtual como remedio al
aislamiento al que nos vemos confinados. Y es que las personas solteras que
estamos encerradas en casa sin ningún tipo de contacto físico, vamos a tener un
periodo en el que las posibilidades de yacer con alguien son nulas. Vale, en mi
caso he tenido periodos de sequía sexual bastantes más prolongados que éste al
que nos enfrentamos, pero en esas ocasiones siempre había alguna opción, por
muy mínima que fuera, de que una muchacha se equivocara y quisiera venirse, o
llevarme, a conocernos en el sentido bíblico de la palabra: horizontalidad
gozosa y verticalidad de la que mola. Pero ahora estamos en situación de aislamiento
social, así que la satisfacción de las necesidades sexuales es algo que se
queda solo en nuestras propias manos.
Reflexionando sobre esto he llegado a la
conclusión de que van a haber diferentes oleadas de nacimientos a comienzos y
mediados de 2021: la primera, más suave, se deberá a las parejas sin niños que
hayan quedado encerradas juntas en casa; la segunda, con un pico más acentuado,
será la de los solteros que estamos solos en nuestros hogares y vamos a salir
como el toro a la plaza. Cuidado con no usar métodos anticonceptivos si no es
algo que se esté buscando (y ojo con las ETS).
Pero bueno, el teletrabajo ayuda a no estar todo
el día pensando en qué cosas hacer para matar el tiempo (que el diablo cuando
se aburre mata moscas con el rabo), y como dije ayer hay que ir encontrando las
rutinas, amoldarnos a ellas y sobre todo huir del pijamismo, separar el espacio de trabajo del de la vida normal (el
trabajo no es vida normal) en la medida de lo posible y tener claro que si es
la hora en la que ya has terminado, hay que olvidar el correo del trabajo.
Hablando de rutinas, hoy supuestamente debería
haber tenido una ruptura del confinamiento porque tenía una salida al otorrino:
a comienzos de año me dieron unos vértigos y me hice algunas pruebas para
buscar el origen de esos mareos que el primer día casi me tiraron al suelo una
tarde al salir de la oficina, justo antes de montarme en la moto. Estos
vértigos cesaron después de un par de visitas al fisioterapeuta para que me
desenroscara el cuello, así que todo presagiaba que estos vértigos se debieron
a un tema de cervicales, que creo que estuvieron motivados por el estrés. De
hecho, esta fue una de las circunstancias que me ayudaron a decidir cambiar de
vida cuando las cosas se me pusieron de cara para montar mi propio negocio.
Pues bien, ayer me llamaron para suspender la
cita, pero hoy el que me ha contactado ha sido el otorrino para decirme que
todo está correcto y que en efecto los vértigos podrían deberse a temas de
cervicales, que yo asocio al estrés, con lo que me reafirmo en mis ganas de
escapar de Madrid (si este Fin del Mundo me lo permite).
Quería haber aprovechado esa salida al médico para
haber hecho luego la compra a una hora de poca concurrencia, pero finalmente he
tenido que esperar a las seis de la tarde tras terminar con mis obligaciones
laborales, así que durante el día he ido haciendo un par de listas para la tarde:
la de la compra y la de la gente a la que quiero llamar o contactar para saber
de ellos y cómo están viviendo este aislamiento social. Es el momento de ir
acordándose de otra gente y hacerles saber de alguna manera que te preocupan o
que echas de menos el contacto.
Es en estos momentos cuando te das cuenta de que
de repente alguien puede dejar de estar, ya no formar parte de tu vida o de tu
paisaje, aunque sea allá lejos en la línea del horizonte, y precisamente ahora
va a haber mucha gente a la que le va a pasar eso. Ayer, una enfermera que
conocí hace unos días por una aplicación social, y con la que comencé a hablar cuando
ya nos confinábamos en casa, me contó que celebró el lunes sus 40 años trabajando
en medio de este lío, agotada por la carga tremenda que están pasando, que
están desbordados y me advirtió de que hay también gente joven sin patologías
previas sufriendo las consecuencias de este maldito virus, con lo que por
desgracia todos vamos a tener a alguien cercano o saber de alguien que va a pasar
la enfermedad, por no hablar de sus consecuencias económicas.
Este texto va dedicado a MJ, una enfermera desconocida que
me confiesa que tiene miedo de no controlar sus emociones a partir de mañana
cuando esté con pacientes críticos en la UVI.
Justamente esta mañana nos hemos enterado en el grupo
de whatsapp del trabajo de que la abuela ingresada de otra compañera, de la que
hablé hace un par de días, está en una fase crítica, que en el hospital les han
dicho que están desbordados y que no pueden hacer mucho más. Esto está en línea
con lo que también escuché a un médico italiano en un informativo: estamos
entrando en fase de medicina de guerra, en la que se ha de decidir quién sí y quién
no para optimizar recursos ante una situación desbordante. Por eso me emocionan
los aplausos de reconocimiento que cada tarde a las 8 damos a los sanitarios y
a todo el resto de gente que está trabajando por nosotros, porque están
luchando contra una situación límite. Tan solo espero que esto sirva para que
mucha gente se dé cuenta de que el sistema sanitario que tenemos se ha
construido con los impuestos que algunos intentan no pagar o quieren no pagar,
que esos impuestos no pagan solo sueldos de profesionales, construcción de centros
de salud y hospitales, sino también las universidades, las becas, los
profesores y las matrículas con las que se forman todos los profesionales que
ahora están dejándose la piel para salvar la vida de cada día más gente.
Y que
es nuestra responsabilidad como contribuyentes a este sistema la de exigir que
nuestro dinero se invierta (no es un gasto, sino una inversión, por favor,
tengamos esto claro) de forma eficiente: sin derrochar, pero sin cerrar la mano
olvidándonos de que nuestro dinero paga formación y paga salud de quienes nos
rodean.
Hoy he sido muy consciente de todo eso mientras
escuchaba la comparecencia del presidente del Gobierno explicando la cantidad de
dinero que se va a destinar para aplacar los efectos de la crisis brutal que se
nos ha echado encima en tan solo medio mes: es el dinero de todos, el que hemos
pagado con nuestros impuestos, el que va a servir para ayudar a quienes peor lo
pasen. Pagamos también para estar protegidos frente a estas incidencias
imprevisibles.
Y mientras escuchaba al presidente del Gobierno
por la radio, estaba ocupado con el trabajo recogiendo informes de las obras
que día a día se están suspendiendo en los aeropuertos, una radiografía de cómo
la actividad va apagándose: un goteo constante de suspensiones de obras por
problemas logísticos y de restricciones asociadas al Estado de Alarma. Cada
obra a la que le asignaba una S de Suspendida significa gente que no puede
ir a trabajar, dinero que no se paga, pedidos cancelados o aplazados… Y
mientras tanto el presidente del Gobierno en su comparecencia no escatimaba en adjetivos
referidos a la gravedad de la situación.
Esto no es una broma, aunque no hemos de dejar el
sentido del humor.
Pero bueno, la vida sigue y hay que alimentarla.
Esta tarde, cuando he terminado con el trabajo he ido a hacer la compra; y me
ha sorprendido ver por la calle más gente de la que esperaba. Era como un
domingo por la mañana en el entorno de la glorieta de Pirámides pero con
tiendas de alimentación abiertas y autobuses urbanos vacíos. Esta vez los
estantes de fruta, verdura y carne estaba abastecidos, y lo que escaseaba era
la cerveza y el vino: parece que hemos pasado del pánico acaparador al bálsamo
alcohólico. Lo que sigue más o menos igual es el tema del papel higiénico,
aunque con una leve mejoría: hoy sí había papel, pero del caro, el acolchado,
que parece que no queremos gastar más de la cuenta en limpiarnos el culo. En
fin, deseo que con los cuatro rollos que ya tenía y los seis que he comprado sea
suficiente para pasar esta crisis y aún me sobre.
Eso sí, mi culete va a disfrutar de un papel
suave y acolchado en mis últimas semanas en Madrid. Y no merece menos, que es
quien ha de soportar cada día lo peor de mí.
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