VIERNES 15 DE MAYO
Al comienzo de esta maldita
historia del confinamiento, cuando todo el mundo se preocupaba gilipollamente
por el papel higiénico (por cierto, mi editor de texto no me marca la palabra gilipollamente como incorrecta, está
bien construida, por tanto), yo tenía mi atención puesta tanto en el vermú para
los aperitivos online de los sábados como
en el pan en rebanadas que solía comprar en el súper. Durante las dos primeras
semanas no pude encontrar esos productos, y me preocupaba más que la obsesión
que tenía la gente por el papel higiénico. Será porque tengo bidé.
Ahora, nueve semanas después, he visto
que el vermú era, en efecto, necesario, para desgasificar los aperitivos online de los sábados, que no sean sólo
de cerveza; pero que el pan no me ha sido tan imprescindible. De hecho, en las
dos últimas visitas al súper no he comprado ese pan, sino tortillas de trigo.
He aprendido a rebañar bien mis guisos con la cuchara, sin necesidad de mojar
con el pan (por mucho que a los snobs de colegio de pago o a los talibanes del
buen gusto, inconscientes de lo relativo que es casi todo en esta vida, les
parezca una atrocidad y un atentado contra el decoro). Y ojo, que me encanta
mojar con pan el caldito que va quedando en el plato, pero he ido densificando
mis guisos, de forma que la cuchara es válida para terminar de vaciar el plato
(otra cosa que los tontos del buen gusto y las buenas maneras también podrían
afearme) sin necesidad de recurrir al pan. Y mejor así, porque el incremento de
ingesta de calorías que gano con la sustancia de mis guisos lo compenso, e
incluso disminuyo, con la ausencia de pan. Llevo un par de semanas sin
comprarlo, es más, se me han puesto duras algunas rebanadas que se han quedado
huérfanas en la despensa. En cambio, estoy usando más las tortillas de trigo
para hacerme fajitas improvisadas con casi cualquier cosa que me prepare para
la cena, especialmente ensaladas de tomates y encurtidos, pero también
revueltos. Imagino que el mantenimiento de mi peso, el no haber engordado en
estos días de confinamiento, o confitamiento
según otros, se debe más a la eliminación del pan y las patatas fritas de la
dieta que seguía cuando iba a comer a la cafetería de la Facultad de Medicina
de la Autónoma, al lado de las cuatro torres de Castellana, que a los ánimos de
la youtuber del «¡Vamos, campeona!».
Aun así, y mientras este diario
siga abierto, continuará el reto de la Nocilla. Por cierto, hace unos días le
comenté a una amiga que yo sería capaz de vivir sólo de botes de salsa pesto,
que me los zamparía a cucharadas y sería feliz, con lo que el reto del bote de
pesto sería igual de sacrificado que el de la Nocilla.
Y ya que estamos, sí, me parece
que a este diario ya le queda poco. La entrada del viernes la he retrasado al
sábado por la mañana (y ya van un par de ocasiones en esta última semana en la
que se me hace de noche para escribir la entrada diaria). Aprovechando que casi
toda España está ya en Fase 1, salvo los pringados de las áreas metropolitanas de
Barcelona (cuya sanidad fue fustigada por la derechona nacionalista de Mas, que
tapó los recortes con esteladas) y de Madrid (cuya onda expansiva de Aguirres y
Ayusos ha salpicado de mierda también a Castilla y León, y esconden además sus
recortes a base de aparentar que son tontas del culo); pues que me quedaré aquí
en mi Fase 0,5 de las pelotas metropolitanas y aprovecharé para escribir otras
cosas o para ir a ver museos que jamás se me hubieran ocurrido, ahora que nos
van a dejar visitarlos…
Por cierto, y ya que he enfangado
esto con política, estos días he visto que personas que creía inteligentes, y
con capacidad de análisis calmado y desde una posición más o menos imparcial
(más o menos, es imposible serlo del todo), no dejan de retratarse en sus redes
de la forma más chusca, con un sesgo que se ve desde Pernambuco. Y lo peor es
que lo hacen creyéndose que hablan desde la ecuanimidad y la razón absoluta. Es
cierto que los que me parecían tontos antes de esto han defraudado mis expectativas
y se han revelado como mucho más tontos aún, de acuerdo; pero de los otros no
me lo esperaba. Esto del sesgo hacia nuestras posiciones ideológicas todos lo
tenemos, sería muy ingenuo, y tonto (la palabra de moda en este post), pensar
que yo sí soy imparcial y que mis razonamientos son acertados y mi análisis
fino e irreprochable. Desde esta consciencia de mi falibilidad me he estado preguntando
cómo de sesgadas se verán las opiniones que dejo caer en mis redes (por
expresión activa o compartimiento pasivo), y por ello he intentado ser lo más
discreto posible, no porque no tenga opiniones, sino porque no se me note que
soy tonto. Hay tanta gente clamando su tontería en las redes, que he pensado
que no se necesitaba uno más.
En cuento dejéis de vigilarme con
la Nocilla, me la como de una sentada.
Y me compro un bote de pesto.
David 58 – Nocilla 0
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