JUEVES 14 DE MAYO
Esta mañana, dentro del programa
de mantenimiento preventivo de mi parque móvil, he bajado al garaje a poner la
moto en marcha un rato, y he descubierto que el gato sigue usando el sillón de
la Vespa como cama después de haber hecho sus necesidades y no haberse limpiado
bien el trasero (hace unos pocos meses descubrí que se aliviaba debajo de mi
coche). La manta de protección para el frío que anteriormente no tenía
desplegada, esta vez estaba sucia. Mañana bajaré a limpiarla, igual que hace
unas semanas tuve que limpiar el sillón. Hoy me he dado un paseo con la moto
por el garaje y he descubierto que hay un más allá debajo de mi edificio: el
garaje tiene cuatro niveles en lugar de los tres que yo pensaba. Y precisamente
en ese último nivel hasta el que he llegado intrépidamente sin casco ni
guantes, cuando me he adentrado en lo más profundo, más allá de los límites
conocidos del sótano, como un explorador de las fondas abisales… En ese punto
más alejado, he visto a un gato negro ocultándose detrás de un Ford. ¿Será el
inquilino de mi Vespa?
Esa hubiera sido la gran aventura
del día, si no fuera porque he salido más tarde a la oficina de Correos de San
Francisco el Grande para enviar una carta. He ido en moto porque se me echaba
encima la hora de cierre (qué ganas tenía de volver a montar en las moto aunque
fuera aquí cerca de casa). La gente hacía cola respetando por exceso la
distancia de seguridad fuera de la oficina, todos íbamos con mascarilla. Dentro
los empleados habían levantado con cajas una barricada frente al mostrador,
doblando así el tamaño de este, y cada puesto de trabajo estaba protegido por
una mampara, todo el mundo con mascarilla y guantes, algunos con pantalla. Me
he preguntado, al entregar mi carta, si esta podría difundir algún virus que
potencialmente pudiera tener yo en mis manos desde la Fase 0 madrileña a la
Fase 1 mediterránea hacia donde se dirige. Por fortuna no había chupado la solapa
del sobre para facilitar el cierre.
Más allá de estas aventuras en
Vespa, he llegado estos días a la conclusión de que mirar a los ojos en una vídeo-llamada
uno a uno es complicado. Tendemos a mirar a la pantalla y no al objetivo de la
cámara, con lo que la persona con la que estamos hablando no tiene tus ojos
mirándote a ti desde el otro lado de la línea, sino ligeramente desviados de
los tuyos. Y si quieres hacerlo bien y miras al objetivo, al otro lado verán
tus ojos mirándole, pero tú no ves los suyos… En fin, que menos mal que tenemos
la tecnología para sentirnos más cerca, pero que lo que mola es estar de verdad
frente a frente (muy lejos en realidad de lo que relata la
canción del enlace…).
Por cierto, ¿qué me decís de los
pijos del barrio de Salamanca? Tanto colegio de pago para querer contagiarse de
la forma más tonta.
David 57 – Nocilla 0
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