-Sí, papá, pero, ¿y ésa?
-preguntó señalando un rastro de sangre que se perdía en la oscuridad.
Allí, al final del pasillo, escuché
un jadeo rápido, apenas imperceptible, un murmullo que se iba convirtiendo en
gemido largo, en llanto cargado de algo que me pareció muy oscuro, algo que me
traía recuerdos que no lograba identificar.
¡Recuerdos…! Repentinamente caí en la cuenta de que no
recordaba haber llegado a aquella casa, ni por qué la empuñadura de un cuchillo
empapado en rojo caliente me latía en el puño, ni menos aún quién era aquella
niña pálida de tirabuzones rubios sentada sobre un cadáver desnudo.
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