El masajista no tardó en
reconocer aquel lunar bajo la nuca, pero continuó hierático, dispuesto a realizar
su trabajo como si aquel descubrimiento no le hubiera puesto en alerta. Se
impregnó las manos con los aceites aromáticos y comenzó a aplicarlas firmes
sobre la espalda de su cliente. Las fragancias de especias que entraban por las
ventanas del hammam se potenciaron
gracias a las de los óleos.
Unos minutos después, alrededor de las
cinco, el cliente tosió estentóreamente. Como respuesta, el masajista silbó
descuidado los primeros acordes del Yesterday
de Los Beatles, compitiendo con el coro que desde los minaretes empezó a llamar
a la oración de la puesta de sol, inundando de voces y cánticos el ambiente
húmedo y caluroso de El Cairo.
El ayudante del masajista, a un
gesto de su jefe, cerró discretamente las puertas. El masajista interrumpió entonces
la melodía y sonrío.
‑Bienvenido a 1798, doctor Brown.
Napoleón está a punto de llegar a las pirámides.
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