viernes, 6 de noviembre de 2020

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena VI: Se relamía)

A continuación podéis leer, por orden alfabético, los relatos presentados en la 6ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'. 

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Se relamía», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 9 de noviembre a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 10 de noviembre en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!


ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación, añado los nombres de autoras/es.

ACTUALIZACIÓN 2: Ordeno los relatos según la puntuación obtenida. La frase de comienzo de la quincena próxima será «Sin necesidad de fingir». El plazo para participar termina el viernes 20 de noviembre a las 24:00. Las bases están AQUÍ.



HASTA NUNCA, de Mari Bastida.

Se relamía las heridas sufridas por aquella gran decepción.

Tras años sin apoyo de pañales y biberones, aún se giraban para mirarla.

Al conocerlo quiso darse otra oportunidad, ahora tocaba pensar en ella.

Con él volvió a sentirse viva, ilusionada, hasta que descubrió que era «La otra», la prohibida, el capricho de sus fantasías, la que seguía despertando por la mañana sin compañía.

Una tarde apareció con la cara cansada: «Estuve toda la noche de fiesta, pero solo he pensado en ti».

Fue la gota que colmó el vaso. Sintiendo una puñalada de traición se levantó y se marchó sin mirar atrás.


GLORIA, de Fina Esclapez.

Se relamía Gloria en la dulce espera, tras tantos días de insatisfacción extrema.

La suerte hoy estaba de su lado: ¡Eureka!.

Gloria no era exigente, estaba acostumbrada a conformarse con poco, sólo aquello que, sin esfuerzo, le era dado.

Pero, ¡jolín!

De vez en cuando se merecía zamparse algo diferente al soso pienso de gatos.

Y es que Gloria, la gata comodona, tenía un lema: el del mínimo esfuerzo.

Así estaba de gorda...

Pero hoy se lo había saltado, y una pobre rata distraída cayó en sus «garras».

Y allí la tenía, esperando el momento de hincarle el colmillo al bocado suculento.


LA HUÍDA, de Mari Bastida.

Se relamía malicioso mientras me miraba de arriba abajo. Parecía salido de la caverna más profunda. Era una mezcla entre homosapiens y neandertal, tenía el cabello de esparto y la mirada de sapo.

No sé como consiguió llevarme hasta su guarida, seguro que echó algo dentro de la bebida.

Su pestilente halitosis me mareaba. Intenté escabullirme, pero bloqueaba cualquier posible salida.

Justo cuando iba a darse el gran festín saqué mi espray de pimienta, el instinto me enseñó a estar preparada tanto para las buenas como para las malas.

Pegó un alarido de dolor y Salió huyendo. Nunca más volví a verlo.


DESEO FEROZ, de Paquita Márquez.

Se relamía cada vez que veía uno. No podía evitarlo. Esa piel sonrosadita, suave y lechosa, tan tierna, tan jugosa…¡y tan crujiente después de un par de horas en el horno, con su gratinado a la justa temperatura! Ya creía estar envuelto en el delicioso aroma…¡Mmm! Volvió a relamerse, se le estaba haciendo la boca agua. Con sumo sigilo se acercó al lugar en el que se acurrucaba junto a su madre. Debía andar con cuidado, porque la última vez, los lloros de otro apetitoso bebé lo delataron, y si no llega a ser por su agilidad gatuna, ¡casi lo pillan…!


LA GRAN NOCHE, de Fina Esclapez.

Se relamía de placer mientras se acicalaba.

Auguraba una noche excitante y loca.

Vestida para la ocasión, tanga y sujetador transparente mostraban su carne sensual.

Estaba rellenita, pero eso a algunos hombres les excitaba más.

Su cita, por Tinder, una promesa de lujuria... conocía el perfil de hombres que usan estos medios.

Última mirada al espejo y salió decidida.

Anduvo un par de calles...

¡Señorita! Una voz autoritaria la detuvo en seco...

¡La mascarilla! No... con la emoción olvidó la maldita mascarilla.

Se volvió, tropezó y cayó contra el policía. Los dos rodaron por el suelo.

¡Desacato a la autoridad! ¡Queda detenida!


MADRE NO HAY MÁS QUE UNA, de Fina Esclapez.

Se relamía el bebé chupando los restos de flan en el plato.

Su cara era un cuadro cuando llegó la abuela...

Mirada acusadora que avecinaba tormenta.

«Que desastre de hija... ¿A quién habrá salido?... Sí, al inútil de su padre».

Con esfuerzo supremo para acallar sus pensamientos, sonríe la abuela falsamente ante la escena.

¡Mira mamá! Raúl ya come solo...

¡Oh, sí! Ya lo veo... ¡Vaya guarrería!

No me extraña que tu marido te abandonara. No sabes ni educar a tu hijo...

Pero el «zasca» de su madre ya no le dolía, tantos había escuchado a lo largo de su vida...


LLAMADA INOPORTUNA, de África Estrella.

Se relamía; mejor dicho, se relamían. Aquel olor que desprendía la cocina, auguraba un excelente menú.

Preguntaban cuando comeríamos.

Yo orgullosa viendo sus caras de satisfacción.

De pronto sonó el teléfono. Contesté. Era mi amiga. Necesitaba ayuda. Se desahogó contándome lo que acababa de ocurrirle, yo la animaba. Hablamos buen rato. Cuando volví a la cocina, ¡Sorpresa! : se había consumido el caldo de aquel estofado. Estaba quemada la comida. No hubo manera de aprovecharla. Todos miraban muy serios. El único que se alegró fue mi perro que se benefició de aquel incidente y ese día comió como un rey.


PEQUEÑA TRAICIÓN, de Ana Medina.

Se relamía el pequeño felino apoyado en el alfeizar de la ventana entreabierta. En un descuido saltó al interior y estirando su cuerpo, se acomodó plácidamente dentro del circulo que los rayos del sol dibujaban en el suelo.

Norma había terminado de cocinar, y dejando la última bandeja sobre la mesa, se dirigió al salón satisfecha con los exquisitos platos que había preparado. Aprovechando su ausencia, el felino, apoyándose en sus patas traseras dio cuenta de todo lo que su dueña había preparado con tanto esmero.

Los comensales llegaron, Norma los recibió, invitándolos a pasar cordialmente.

Pasen, pasen: la cena está preparada.


NOSTROMO, de Rosa García Panero.

Se relamía mirándola fijamente, la baba purulenta y espesa resbalaba entre sus dientes. Intentó alejarse, gritó aterrorizada, pero aquella cosa la atrapó.

Nuevas órdenes, cuando casi estaban en casa, modificaron el rumbo hacia otra misión. Dos días después de llegar a la plataforma, Robert enfermó: devolvió la cena y como poseído salió corriendo y desapareció. Fueron a buscarle. La nave estaba en sombras, apenas podía verse nada. Ripley sintió el hedor de una respiración ahogada sobre su cabeza.

¡Robert! ¿Eres tú?

La garra apestosa la elevó por el aire y de un salto se la llevó, perdiéndose en la oscuridad.


VOYEUR, de Mª José Peña.

Se relamía el trozo de chocolate que él había metido en su boca. Estaban desnudos en la cocina alumbrados por la luz que había quedado encendida del baño, sería más de medianoche.

Le pidió un vaso de agua y, mientras le observaba de espaldas, le preguntó por las cuerdas que había colgadas en su habitación. Se dio la vuelta y le sonrió.

Bebió un sorbo y la cogió a horcajadas apoyándola en la encimera.

Ella abrazó con sus piernas su cintura y apoyó su pecho contra el de él. Giraron la cabeza y me descubrieron excitada con el vaivén de su baile.


EL CAZADOR CAZADO, de Raquel Zaragoza.

Se relamía, tragaba saliva y se relamía…

La conoció en la azotea. Bajo la magia de una luna azul, un gato se encaprichó de una… ¿ratita?

Durante los preliminares utilizó todos sus encantos: la mirada felina, su ronroneo y ¡hasta le maulló a la luna!

Pero qué rica estás…, ¡te comería enterita! ─susurró con voz seductora.

No sé. Déjame pensar… ¿De qué grupo eres?

¿De música? ─preguntó el gato, atusándose el bigote.

¡Nooo, de sangre! ─respondió «Vampy» relamiéndose.

De repente, la seductora dama de las tinieblas le besó apasionadamente en el cuello y… calmó su sed.


CASTIGO, de Silvia Espina.

Se relamía el león luego de devorar al hombre a orillas del río.

A ese hombre al que no había reconocido, que fue parte de él y quien jamás intentó lastimarlo.

Las deidades de la ambivalencia no consintieron esa muerte, razón por la cual el león fue condenado a no atrapar una presa hasta el fin de sus días.

Sus descendientes también padecerían las consecuencias.


INVISIBLE, de Mª José Peña.

Se relamía la sangre que brotaba de su labio, todo le daba vueltas, oía que le hablaban pero no les escuchaba, vio que le ponían una mascarilla en la cara y todo se oscureció.

Cuando abrió los ojos se vio delante del espejo, retocando su maquillaje, nerviosa.

Estoy guapa ─pensó. Llevaba noches soñando con aquel día, con él.

Salió de casa y decidió ir andando al restaurante donde se encontrarían, notaba cómo se aceleraban sus latidos a medida que se acercaba. La oscuridad volvió.

Despertó dolorida, las manos vendadas, alarmas pitando.

¿Qué ha pasado?

María, tranquila. Has sufrido un accidente.


CARICIAS, de Juan Cayuelas.

Se relamía. Tan seguro ante la sinuosa silueta de su presa: una sombra ratonil, aterrada y esquiva, prisionera de la parálisis por una decisión que no tomaba, pues se debatía entre una salida o un zarpazo acechante.

Lo sentía. El gozo del cazador que se restriega en la confusión de su cautivo. Un trofeo viviente, así lo veía al principio. Pero luego el juego se convertía en rutina, y entonces, lo dejaba marchar; sin poder evitar clavar sus dos agujas de jade, tan brillantes como inmunes a la oscuridad, en la tímida huida del indultado.

Lo amenazaba: si te vuelvo a ver…


de Narcís Ibáñez

Se relamía las comisuras de los labios, él, en la boca de ella, cuerpos bronceados, aspirando los poros de su piel transportándoles al edén, sabor agridulce.

Hace calor, la cama deshecha con pasión, las ropas por el suelo y las almohadas también.

Les acompaña John Coltrane y su tema A Love Supreme una y otra vez, con los ojos abiertos bebiendo luz en los de ella, cegándose en los de él.

Risas cómplices salpicando el lecho, oliéndose la nuca, las axilas, lametazos en las pestañas, carraspera en la garganta tiene que beber y sacar el pelo rizado de la boca.

A love supreme, de John Coltrane

EL RECLAMO, de Paquita Márquez.

Se relamía de gusto pensando en lo que le esperaba: noche de Halloween, la noche de los disfraces terroríficos. Se pone su mejor capa, se engomina el pelo y afila a conciencia sus colmillos. Elige enseguida a su víctima: una hermosa bruja que apoya su espalda en la puerta; la cabeza, apenas girada, muestra un precioso y esbelto cuello de suave piel traslúcida que permite adivinar una vena palpitante y apetitosa, plena de sangre fresca de un corazón fuerte…

Se acerca sigiloso, echa la cabeza hacia atrás y, con un movimiento enérgico, clava los colmillos…¡¡Craaajjjj!! Puro atrezo; brujita de duro cartón piedra.


HILO ROJO, de Silvia García Blasco.

Se relamía, podía sentir sus ojos clavados en mi nuca desde el otro extremo del bar, atravesándome. Ni siquiera la había visto entrar, no hacía falta, ella sabía que distinguía su olor a distancia aún entre la multitud. Como una condena se colaba por mis fosas nasales y conectaba con mis entrañas, pulverizando el muro tras el que guardaba aquello que quería olvidar.

Todo, excepto el sonido de sus tacones, enmudeció a mi alrededor. Sentía su poder.

«Ya viene», pensé. «¡Resiste!». No podía, mi dedo anular tiraba de mí con fuerza.

Y me rendí de nuevo.

Maldito hilo rojo.


PIT&STOP, de Francisco Quiñones.

Se relamía. Llegaba ese momento en que su soledad era recreo. Se iniciaba con el ruido de la puerta al cerrarse. Requería subir las persianas y abrir ventanas, elevar el nivel de la música, cerrar los ojos.

Complacencia y amargura se mezclaban para ahuyentar los miedos de hoy, el sufrimiento desaparecía al recordar aquellos años en los que la locura y la pasión la gobernaban, ligera, salvaje. No tenía nada, no era de nadie.

Otro sonido rompía el hechizo. Ese día, la alarma que la maldecía marcaba cita en el dentista. Odiaba el olor de la consulta. Se hacía tarde.


ATARCER EN LA PLAYA, de Ana Medina.

Se relamía la boca el pequeño.

Una y otra vez pasaba la lengua por sus labios, donde el sabor a fresa había quedado impregnado al terminar el delicioso helado que su abuelo le había comprado. Caminaban por la playa cogidos de la mano, cuando el niño preguntó: «¿Abuelo, porqué el mar tiene tanta agua?»... «Porque casi todos los ríos desembocan en el mar», contestó el abuelo un tanto sorprendido.

«¿Qué es la guerra abuelo?»... El abuelo miró al niño, y con tristeza le dijo. «La guerra, es un invento de los hombres para destruir el mundo». El niño se quedó pensativo.


LUNA LLENA, de Américo Fojo.

Se relamía pensando en la carne asada que en la finca preparaban los sábados por la noche.

Al llegar hizo sonar la campana y salió el mayor de los siete hermanos; parecía preocupado.

Hola amigo. Perdona pero hoy no es un buen día para visitarnos; vuélvete y trata de pasar el bosque antes de que salga la luna.

Molesto por la inusual descortesía, regresó cruzando el monte que ya estaba oscuro. Se detuvo en el arroyo para beber agua y descansar, hasta que el agua reflejó una luna llena enorme y helada.

Entonces fue cuando escuchó el aullido.


TERCIOPELO, de Pablo Crespo.

Se relamía, pasándose la lengua por los labios mientras la miraba.

La cinta de terciopelo negro en torno al cuello. Los hombros descubiertos, a excepción de su sostén de encaje, más oscuro que nunca sobre la piel tan blanca. El resto del cuerpo oculto bajo las sábanas.

Los labios carnosos y rosas, relajados, dejando entreabierta una boca tierna por la que escapaba una mezcla de calor, promesas y deseo.

Su mirada fija, retándole sin apartar los ojos, invitando, desafiando, ardiendo también en llamas.

La tensión era ya insoportable. Apagó el móvil y comenzó a masturbarse con violencia, como cada noche.


PECADOS CAPITALES, de Paquita Márquez.

Se relamía de gusto Adán cuando Eva le ofreció aquella deliciosa manzana, y así nació la gula.

Todo el día tumbado sin dar golpe, contemplando aquel precioso Paraíso, dio lugar a la pereza.

Quisieron ser como Dios, y afloró la soberbia.

Se enfadó con Eva por instigarlo a la desobediencia, y brotó la ira.

Conocieron la autoridad y majestad divinas, y germinó la envidia.

Quisieron apoderarse del Paraíso, y apareció la avaricia.

Cuando abandonaron aquel maravilloso lugar, se percataron de lo que tenían en su cuerpo desnudo, y así nació la lujuria.

Desde entonces en el mundo, la jodienda no tiene enmienda.


SUCEDIÓ, de Ana Montesinos.

Se relamía sólo de pensarlo. Recordaba los días de universidad estudiando juntos, esas fiestas alocadas donde ella se entregaba a los brazos de cualquiera que admirase su esbelto cuerpo y su mirada coqueta.

Recordaba cuando le habló de amor verdadero, cuando la vio brillar con su vestido de novia y resplandecer cuando fue madre.

Habían pasado más de veinte años y seguía siendo preciosa, la había amado en secreto durante este tiempo.

Aquella tarde, entre lágrimas y consuelo, la besó; primero con dulzura, luego con pasión. Le acarició todo su cuerpo y lamió todo su ser hasta llevarla a un nuevo paraíso.


PATERA, de Ana Montesinos.

Se relamía a cada bocado. Había llegado a tierra agotado, deshidratado y aterido de frío. Las lágrimas que recorrían su rostro le daban brillo a sus grandes y oscuros ojos, que ensombrecidos y melancólicos miraban a su alrededor con una mezcla de alivio, miedo y dolor.

Había salido de su país hacía ya varios meses, no recordaba el tiempo que hacía de aquella dura despedida, hermanos, amigos, mamá. Pero debía huir de allí, salvarse.

Le pareció mágica esa manta que le rodearon por encima, y mágica la cálida sonrisa de ese hombre que le dio paz y descanso. Apenas era un niño.



Y el podio de esta quincena queda de la siguiente manera:

En el tercer escalón el bronce con 8 puntos es para:

SER SIN PAR, de Patricia Rodríguez.

Se relamía. Tenía la solución a su soledad, intentaría ser normal. Para ello se disfrazó de persona corriente.

Cogió el metro, fue al trabajo, pidió sushi en la comida y una ginebra con pimienta al salir de trabajar. Escuchó Vetusta Morla. Concierto el miércoles en el Galileo. Jueves noche en Ponzano. Fin de semana de entradas y salidas, quedadas y chateos.

Lo intentó. No dio resultado. Se quitó el disfraz. Se sentía diferente y única en un mundo de iguales.

Se tumbó desnuda en la cama esperando su extinción.


Empatadas con la plata tenemos estas dos obras empatadas con 9 puntos:

LA ORILLA DE ENFRENTE, de Raquel Zaragoza (11 puntos de los lectores).

Se relamía, inútilmente, tratando de aliviar sus labios agrietados y resecos.

Huyendo del caos, ¡había cruzado «la calle del agua»!, lugar mágico donde el Mediterráneo y el Atlántico tienen su encuentro.

Durante la esperpéntica travesía, «el Dios del Mar» se cobró un peaje muy alto: ¡Tres cuerpos!; tres soñadores perdieron la vida.

Cuando por fin llegó a la orilla de enfrente…, la espuma de las olas vistió de blanco sus pies negros.

Puede que no fuera el paraíso. Su futuro era incierto, pero las huellas que dejaba sobre la arena gritaban que seguía viva. ¡No estaba soñando!


OSCURIDAD, de Trini García Lloret (47 puntos de los lectores).

Se relamía cuando yo pasaba de puntillas, por su superficie fría y resbaladiza...cuando me quedaba embobada, mirando su poder y sintiendo una mezcla entre miedo y admiración...

¿Cómo puede algo tan abstracto cobrar tanta fuerza en momentos de adormecimiento?

Se relamía cuando yo, inconscientemente, inhalaba la niebla de sus anhelos y exhalaba el desahogo de sus suspiros...cuando paseaba por sus recovecos sin atreverme a profundizar.

Se frotaba las manos pensando en el día en el que, con paso tembloroso, me hundiría en su bruma negra.

De momento no...no he sucumbido a ella, pero ahí está...esperando pacientemente la oscuridad.


Y ganadora indiscutible, con 17 puntos de los autores, tenemos:

TRISTE DESPEDIDA, de Raquel Zaragoza.

Se relamía pensando en la fortuna que iba a heredar…

Todo empezó con aquella llamada. En ella, la enfermera de su tío le pedía que se apresurara si deseaba despedirse de él.

Durante años, Damián estuvo ensayando hasta el último detalle: las lágrimas, la cadencia de su voz… Por fin, llegó el momento. «La triste partida» parecía inminente…

¡Y tanto que lo era! ¡Las maletas ya estaban en la puerta cuando llegó!

¡Nos vamos de viaje de novios! ─le dijo el anciano mientras babeaba mirando a su joven cuidadora.

Damián dejó de relamerse para despedirse llorando, sin necesidad de fingir.


FUERA DE CONCURSO:

TENGO HAMBRE, de América Martín (fuera de plazo)

Se relamía en la oscuridad mientras yo cenaba. Esa noche llovía y estaba sola en casa con el gato, cuando al terminar de limpiar la habitación de mi hija, se fue la luz. Oí un ruido, me giré, y al ver sus ojos redondos que decían «Tengo hambre» me paralizó el terror unos segundos... Mi grito ahogado rompió la oscuridad, e hizo saltar al gato desde la casita de juegos hasta la ventana, para desaparecer. Allí entendí que estaba sentado sobre la muñeca que hablaba y desde entonces, la única frase que le funciona a esa muñeca parlante es «No me dejes».


RESACA, de David Reche Espada.

Se relamía en un extraño duermevela sin reconocer el sabor en sus labios: fuerte y dulzón, gratificante, contrarrestando la terrible migraña con la que despertaba. Todo le daba vueltas, notaba el flujo sanguíneo desbocado en los capilares de sus oídos, y se le clavaba en las pituitarias el olor a coliflor hervida que la del cuarto preparaba los jueves. Quería vomitar.

Abrió los ojos y la claridad de la ventana le taladró el cerebro. Desvió la mirada al suelo: su ropa estaba tirada, hecha jirones y llena de pelo negro y extrañas manchas rojas.

Cerró los ojos. En su mente algo aulló.

4 comentarios:

  1. Sería interesante saber si en alguna de las quincenas han coincidido las preferencias de los lectores con las de los autores en el relato ganador.

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    2. Hola, en próximas quincenas añadiré algo al respecto. Pero necesitamos más lectores que voten para que sea representativo.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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