sábado, 21 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Llamadme


SÁBADO 21 DE MARZO


Esta mañana, cuando el mirlo del parque de detrás de casa se ha puesto a cantar antes de las seis de la mañana y me he despertado, no por el canto del mirlo en sí, sino porque tenía que ir al baño, me he acordado de cuando era niño y veraneaba con mi familia en Santa Pola. Quiero creer que el hecho de que me suela despertar muchas madrugadas a esa hora, especialmente en verano, no es porque tenga problemas de sueño o que conforme pasen los años sea más acuciante la necesidad de vaciar la vejiga con más frecuencia; sino porque durante aquellos veranos que pasaba de alquiler en la zona de Gran Playa o Playa Lisa en Santa Pola, a esa hora en la que la claridad del amanecer y la brisa de levante alteraban las condiciones del sueño, también se rompía el silencio con el ronroneo lejano de los barcos pesqueros que salían todas las mañanas a esa hora desde el puerto a faenar. De cinco a cinco. Poco a poco, tras varios veranos en Santa Pola, se me fue fijando esa hora en mi reloj interno, de forma que ahora, unas pocas décadas después, no es raro que la menor excusa (un par de cervezas la noche anterior, un mirlo que canta en el parque de detrás de casa, o un vecino que madruga) me despierte al mismo tiempo que los pescadores de Santa Pola zarpan para faenar más allá de la isla de Tabarca.

Por cierto, ayer leí una noticia que decía que Tabarca era ahora mismo el único sitio que se había librado del maldito virus. En octubre de 2006 pasé allí un puente, la primera escapada con la que fue durante muchos años mi pareja, y pensé que sería un buen lugar donde refugiarse de cualquier distopía… Trece años y medio después, por desgracia se ha constatado que aquel pensamiento era cierto.

La primera mañana de primavera ha amanecido esquiva, con el cielo nublado y una lluvia fina suspendida en el aire. Ayer una amiga me decía que qué mal que los días se estuvieran poniendo pochos, que al menos daba más alegría que hubiera luz ahí fuera y apeteciera abrir la ventana. Sin embargo creo que no está mal que la primavera haya decidido darse una tregua y esperar a que podamos salir a la calle con alegría, y no como ahora, que nos movemos ahí fuera de forma huidiza evitando el contacto con el resto de personas que puedas cruzarte camino de la compra.

Esta climatología, que no te hace echar de menos la calle, ha sido la excusa perfecta para no buscar si tengo o no tengo en casa los adminículos necesarios para limpiar los cristales. Así que tras desayunar, y al comprobar que no tenía la SER sintonizada en mi tele, he empleado la mañana en la divertida y provechosa tarea de resintonizar todos los canales de la TDT y eliminar aquellos que estoy seguro nunca buscaré en el mando. Por fin puedo decir, tras ocho días confinado en casa, que he hecho algo que en otras condiciones no habría hecho.

Bueno, realmente he tenido alguna otra novedad, como por ejemplo hablar por teléfono. Yo no sé hablar por teléfono, no me nace llamar a nadie y ponerme a hablar, es para mí un canal de transmisión de un mensaje concreto: hola, comunicación de mensaje, adiós. Ayer tuve una conversación telefónica de una hora, y no fue tan difícil…

Esto de la comunicación está siendo ahora algo esencial, necesitamos contarnos cómo lo estamos pasando, qué tal están los que nos rodeaban antes del confinamiento y también quiénes no veíamos desde hace tiempo. Justo después de la resintonización de canales tenía un teleaperitivo con algunas amigas, cada quien con su vino, vermú o cerveza, un aperitivo y el móvil o portátil delante. Pero ha faltado una amiga que no se encontraba con ánimos de asistir a este evento virtual que nos habíamos montado: hoy han ingresado a su padre en Valencia después de varios días pasando los síntomas del covid-19 en su casa. Esta amiga es una persona muy especial para mí, ella lo sabe, y veo que por desgracia el virus ya está empezando a tocar a gente que me rodea… Desde aquí no puedo hacer otra cosa que enviarle un beso público muy gordo e insistir en que nos quedemos en casa, para que no tengáis que ver a vuestros familiares o personas queridas ingresando en un hospital con el miedo de si saldrán de esta o no. Los hospitales en algunos sitios están saturados y hay que hacer lo posible por reducir la carga de los centros médicos, que bastante están haciendo los sanitarios. La enfermera desconocida de la que he hablado en días anteriores me ha contado hace un rato que hoy ha estado casi todo el día llorando después del turno nocturno que ha tenido.

Por ello, cuando he salido hoy a la calle a hacer la compra, he decidido hacerlo a las cuatro de la tarde, después de comer, sacrificando algo tan nimio como una siesta pero a la que yo doy mucha importancia, para coincidir con el menor número posible de personas, manteniendo las distancias en el súper todo lo que podía. Con lo que he cargado hoy, creo que ya no he de salir hasta el próximo viernes o sábado (mi cocina es tan pequeña que tampoco puedo almacenar mucho).

Además de ese teleaperitivo, por la tarde he tenido otras dos videoconferencias, una con Londres y Alicante y la otra con antiguos compañeros de departamento, y por la noche otra con mi grupo de amigos distribuido en Alicante, Elche, Madrid… El tema estrella ha sido, como no, cuándo se aplanará la curva de contagios, cómo lo llevamos cada uno de nosotros, si la gente cumple o no cumple con el #Yomequedoencasa. Ha habido un momento que casi parecíamos, en algunas de estas conversaciones un comité de expertos sobre el coronavirus, y es que tenemos la necesidad de explicarnos qué es esto y cuándo pasará, de buscar respuestas.

Ojalá fuera tan fácil como en los capítulos de aquella serie infantil de hace años de Érase una vez la vida.

 Aquí tenemos las claves. Ferando Simón en la primera pantalla.

En estos dos últimas jornadas algunos amigos me han dicho que el jueves fue el día en el que empezaron a tener sus altibajos de moral debido a esta situación de confinamiento. Yo me estoy sorprendiendo a mí mismo porque por ahora, y a pesar del gran inconveniente personal que me ha supuesto esto en lo relativo al retraso y la incertidumbre en mis próximos planes vitales, me lo estoy tomando con buen humor y no me está agobiando en absoluto. Resisto sin que mi ánimo decaiga. Así que me he ofrecido a ellos, mi línea de teléfono y mi tranquilidad están abiertas a su disposición. Sólo os puedo decir una cosa: llamadme.

Respecto a esto, hay mucha gente que me dice que soy un animal social, y quizá sea verdad, pero yo muchas veces me percibo como alguien solitario. De adolescente, cuando empecé a escribir los primeros relatos en primera persona, el personaje solía ser alguien que vivía solo, siempre me proyecté así a mí mismo en el futuro. Y ahora esta soledad impuesta, este no poder tocar a nadie, estas escasas salidas furtivas a hacer la compra, esta certeza de que no vas a bajar a tomarte una caña con tu vecina la que mola, no me están suponiendo un reto, nada que no haya vivido antes. ¿Cuánto hay en esa proyección que hice hace tantos años de conocimiento de mí mismo y cuánto hay de profecía autocumplida? Ni idea, el caso es que creo que no me está afectando ni me va a afectar esta situación, con lo que reitero mi ofrecimiento a amigos y conocidos a quienes sí les afecte: aquí me tenéis.

Sobre el tema ya tratado de retomar el contacto con viejos amigos, hoy es el cumpleaños de un amigo serbio, Milos, que fue mi compañero de habitación durante un verano que pasé haciendo prácticas en Chipre en 2004. He intercambiado unos mensajes con él, y me ha comentado que allí tienen mejores números, pero simplemente porque no están informando correctamente ni tienen suficientes tests, y se lo toma a humor, como siempre se toma las cosas este serbio optimista y guasón.

Por cierto, ¿por qué hay gente que sale a los balcones a aplaudir tres minutos antes? Tampoco hay prisa, ¿no? Que creo que nadie se va a ir, estamos todos en casa... Espero que la semana que viene, con el cambio de hora no haya gente aplaudiendo desde las 7 hasta las 8 de la tarde, o terminarán con las palmas escocidas. Yo estoy aplaudiendo unos tres minutos cada tarde y la verdad es que aunque hace más de tras horas de la última sigo teniendo las manos doloridas.

Al menos me queda el consuelo de:

David 3 – Nocilla 0

CONTINUA AQUÍ.

PS: Llamadme para reservar un hueco en el que nos merendaremos unos sándwiches de nocilla cuando todo esto pase.

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