viernes, 27 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Animales sociales.


VIERNES 27 DE MARZO


Nunca pensé que lo diría en un confinamiento, pero por fin es viernes. Bueno, nunca pensé que me vería en un confinamiento por una pandemia global, así que jamás me hubiera imaginado en ninguna de las circunstancias en las que nos vemos.

La primavera va a lo suyo: hoy ha amanecido con bastante frío y me han contado que nevaba en la zona norte de Madrid, a 27 de marzo. Realmente las nevadas más fuertes que he visto en los 7 años que llevo en esta ciudad han sido en marzo, con la primavera ya asomando; así que ni siquiera puedo decir que incluso el tiempo está tan raro como los tiempos. Sin embargo el día se despide con una tarde soleada y cielos despejados.

Los víveres se me acaban y este fin de semana tendré que salir de nuevo a hacer la compra (llevo sin salir desde el sábado pasado, con lo que hoy es el decimoquinto día de confinamiento, y séptimo seguido sin salir, por ahora el periodo más largo); con lo que vaticino que mañana sábado o el domingo volveré a meterme en la cocina a preparar comida para la próxima semana. Aunque como no sé qué será de mí laboralmente hablando a partir del día 1 de abril (el miércoles), estoy pensando que si no tengo ocupación, debería cocinar día a día, para ocupar mis horas en algo grato que no sea sólo ver porno; al menos mientras no me reasignen a otro proyecto, porque temo que no me despedirán.

Es ya una quincena de esta situación que quizá por cómo ha ocupado mi tiempo el trabajo, y este diario, no se me ha hecho tan irreal como pintaba entre el jueves 12 y sábado 14 de marzo, cuando la realidad se nos echó encima. Recuerdo que cuando dejaba la oficina en la tarde del jueves 12, a mitad del edificio más alto de Madrid y de España, la luz vespertina se colaba entre los estores de los ventanales como en media penumbra (no sería así pero recuerdo que lo percibí de esa manera) y fuera la atmósfera se veía con un tono anaranjado extraño. La tranquilidad, más bien el silencio, de la oficina, y la forma en que nos despedíamos con una sonrisa nerviosa (yo pensando que sería cierta la excedencia que debía comenzar hoy mismo para cambiar de vida) en efecto parecían el preludio de la calma que preceden a la tormenta, con la salvedad de que para muchos de nosotros esa tormenta transcurre en el refugio confortable del hogar.

Esa tarde, después de llegar a casa, tuve mi último contacto social: me fui a tomar las últimas cervezas en un bar con mi vecina (no la petarda que tengo pared con pared, sino la que mola). Eso fue hace una quincena, y desde entonces la vida social se ha reubicado completamente en las redes, en el espacio virtual. Por fortuna estamos teniendo imaginación y aunque echamos de menos el contacto, los abrazos, los besos, los choques de manos y la cercanía de los ojos, nos las apañamos para seguir siendo lo que somos: animales sociales.

Hoy uno de mis tíos Juan ha compartido un cuento muy bonito en el grupo de Whastapp de la familia paterna. Lo he reenviado a otro grupo de amigas, y les ha gustado tanto que me han pedido que les enviara un audio leyéndoles el cuento (al parecer mi voz es una de las mejores cosas que tengo), porque eso es también una forma de sentirnos más cerca, la voz. El caso es que al final me he liado y he decidido hacer un directo en Facebook e Instagram un rato después de los aplausos de las 8 de la tarde. Mi ego del escritor atrapado en un cuerpo de ingeniero de caminos está supliendo con estas cosas la falta de contacto directo.

Y bueno, malas noticias con la versión digital de la novela: hoy he podido descargarla en mi ebook y tiene fallos que corregir, así que hay que seguir esperando al lanzamiento digital de A Macondo se va en línea recta. Me consolaré con otras cosas más mundanas como que llevo tres días seguidos por debajo de los 88 kg, una barrera que llevaba muchos meses sin poder franquear (se ve que como en casa no se come en ningún sitio), y tras varios intentos he conseguido arreglar otra vez la luz de la cocina (un contacto que parece que con la temperatura a veces se afloja).

Voy a prepararme para la retransmisión del cuento.

¡Ahí va el enlace!



David 9 – Nocilla 0

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