Vigila tus pies(*), últimamente los
he visto rondar por lugares que no deberían frecuentar tus impolutas suelas tan
poco gastadas. Y ya sabes lo que pasa en esas aceras sucias y canallas donde no
gustan las huellas desconocidas, ¿verdad?
Si tus pies no te llevan allí donde
el Viejo no quiere verte, tienes más probabilidades de que tu entrepierna no te
traicione (lo hará, créeme, un hombre para condenarse a sí mismo sólo necesita que
le den una oportunidad).
Por otro lado tienes razón, tu
corazón sufrirá, sí, pero no porque se acelere con desenfreno como cuando tus
manos recorren unas caderas equivocadas, sino porque la distancia es una cura
dolorosa que se administra en dosis permanente. Piénsalo. Mejor que sigas ese
tratamiento, tómatelo como una quimioterapia dolorosa que te salvará.
Si tus pies no te llevan allí, tu
cabeza podrá seguir usando sombrero, y esos bonitos y caros zapatos no te
precederán antes de hora en una caja de madera.
(*) De un concurso de Radio Castellón en el que ésa era la frase sugerida para el tema del microrrelato.
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