lunes, 12 de diciembre de 2016

LOS CAPRICHOS

De un certero bocado, le arrebató el pincel y, sin volver la vista, se dirigió a gatas hacia el diván, contoneándose dadivosa en el ofrecimiento de sus caderas desnudas. El maestro apretó los dientes observando malhumorado el espectáculo de su impertinente modelo. Sabía que si se dejaba embaucar por los caprichos de una noble podía darse por hombre muerto, especialmente en este país de curas que le había tocado en suertes. Así que buscó otro pincel en su bata y, sin dejar de admirar su femineidad exuberante, soltó un improperio.


‑¡Copón bendito! Sepa vuesa merced, que en el próximo retrato posará vestida. ¡Y no se hable más, pues!

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