Una película de otro tiempo y
para otra gente.
Obviando la polémica para
patriotas tontos que ha rodeado a Fernando Trueba y sus declaraciones sobre su
españolidad, obviando la estupidez del boicot a algo muy español pedido por los
que se consideran más españoles todavía, voy a comentar las impresiones que he ido
madurando tras ver La reina de España.
A pesar de lo que me divertí hace
18 años con La niña de tus ojos, no
me atraía en exceso el tráiler de la continuación de las desventuras de
aquellos cómicos españoles que se las ven en Alemania con la cúpula del régimen
nazi mientras aquí había una guerra; pero circunstancias que no vienen al caso
me hicieron adelantarla en la lista de películas pendientes.
El caso es que comparando con el
cine hecho aquí que he visto en los últimos meses, La reina de España se me queda fuera de la senda que otros están marcando.
Pareciera un homenaje póstumo o un epílogo a algo que ya no es. Y
lamentablemente un homenaje muy descafeinado, quizá por eso considero que es un
epílogo, porque o se repiensan las cosas o ese cine de chiste fácil más tópico
que gamberro, de comedia entretenida que quiere reivindicar, pero sin pasarse
(para llegar a todos los públicos), algo que ya todos deberíamos dar por
asumido; se diluirá en sus propios recuerdos de viejas glorias.
La reina de España parece un homenaje que Trueba hace a sus personajes
de hace casi dos décadas, a la profesionalidad de los trabajadores del cine que
hicieron cantera con las superproducciones norteamericanas que se grabaron aquí
a mitad del siglo pasado (esfuerzo encarnado en un siempre eficiente Javier
Cámara), un homenaje a sus propios actores y al mismo tiempo un lienzo suave de
aquel país y su cultura (interesante la charla en la que los cómicos citan las conversaciones
de Salamanca y el realismo cinematrográfico, o incluso la censura de la escena
del beso, que intuí como homenaje al también melancólico Cinema Paradiso).
Pero poco más.
La sucesión de chistes
tópicamente fáciles (incluidos los referentes a la homosexualidad, que no
llegué a discernir si eran retrato irónico de la hipocresía y la opresión
censora o necesidad de recurrir al lugar común) eran reídos, eso sí, por un
público en general complaciente y con una edad media claramente superior a la
de las películas que he visto últimamente. Un público que había ido a pasar un
rato entretenido. Eso se podría decir de La
reina de España, que es una película entretenida y que se queda en eso a
pesar de todo lo que intenta encerrar dentro de su historia (más en la primera
parte que en la segunda).
Es una pena que una película con semejante
reparto no consiga sacarles con la historia contada el potencial probado de
muchos ellos tanto para la comedia como para el drama. Al final cada uno de
ellos hace lo que sabe, desde la capacidad de la caricatura de Santiago Segura
o Jorge Sanz hasta la “raza” de Penélope Cruz, contando una vida de alguna
manera paralela a la suya propia, pasando una digna Sardá o un hace mucho
tiempo comedido Antonio Resines. En general, todos ellos podían haber sido
mejor aprovechados si la historia, especialmente la del rescate, plano y
anodino; hubiera tenido más idas y venidas. Sabemos que Trueba sabe construir
la atmósfera propicia y contar esos retruécanos y carambolas, por algo ganó un Óscar y tiene un buen puñado de Goyas.
Pero no ha sido esta vez.
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