lunes, 5 de febrero de 2018

LA INOCENCIA DEL ESTEPICURSOR


Los rincones vacíos de la casa ya desmantelada de los vecinos eran el lugar perfecto para recolectar las pelusas de polvo. Él sólo tenía que, como un explorador surcando mares ignotos, perseguir en su búsqueda al viento que se colaba por las ventanas desvencijadas. Y allí las encontraba, bolas de polvo acorraladas en los recovecos del pasillo, como estepicursores perdidos al final del desierto hogareño, cansadas de buscar a sus moradores. El niño las atesoraba en botes trasparentes robados en la cocina de casa, convencido de que en el próximo rastrillo de primavera sacaría una fortuna. Sólo confiaba en que fuera cierto lo que había escuchado a sus hermanas mayores: «Nada comparable a un buen polvo».

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