LUNES
23 DE MARZO
Pues ya es lunes… Y el fin de
semana se me pasó volando, con la cantidad de series que quería ver, ejercicio
por hacer, limpieza a fondo de armarios pendiente y desvelar el sentido de la vida,
y al final el lunes se me ha echado encima como un camión de la basura
maloliente que te recuerda que incluso en mitad del Fin del Mundo hay
obligaciones que atender.
Será el Apocalipsis, pero hay que seguir recogiendo la basura.
Hoy ha sido el típico día
primaveral de lluvia, sol, y granizo que contemplar por la ventana mientras en
el trabajo la urgencia paradójica era saber lo antes posible las cosas que se
paran, como si te fueras a perder algo por no enterarte hoy en lugar de mañana
de que una obra se va a parar. Pero bueno, para eso está la gente que manda,
para creerse importante con sus agobios hacia los que están por abajo y enviar
novedades insustanciales cinco minutos antes del cierre y que hay que incluir
sí o sí; y luego se preguntarán que por qué me quiero ir de este trabajo.
No sé, un lunes un poco encabronao: el colega Eduardo Boix,
escritor y poeta ilicitano, me suele dejar leer la entrada de su diario antes
de publicarla (Los confinados os recomiendo leerlo), y hoy se le notaba
cañero, se lo he comentado y me ha dicho que no era él quien escribía, que se
sentía alguien distinto tecleando; luego en uno de los grupos de whatsapp familiar
hemos tenido una pequeña bronca acerca de si un cargo público que defiende lo
público tiene derecho o no (si tiene los medios a su disposición) de ir a una
clínica privada, y en el trabajo nuestro cliente está nervioso por registrar ya
las gotas de la avalancha que se aproxima (¡sois unos ansias, copón!).
Yo, lo único que puedo decir es
que lo que más feliz me ha hecho hoy son los macarrones con chorizo de los que
hablé la semana pasada y haber tenido la idea de empezar a leer de tanto en
tanto en Instagram algunos de mis relatos, para deleite o coña de mis
contactos.
Para empezar he elegido un relato
llamado Para siempre, que aunque
podría interpretarse como un tanto pesimista, por la cantidad de cosas que creemos
que son para siempre al final se pierden, he querido darle un toque de
esperanza, porque esto que estamos viviendo no es para siempre.
¡Ya queda menos!
—¿Me
quieres? —preguntó a bocajarro mientras él, concentrado, decidía si al arroz le
quedaban tres o cinco minutos más.
—Sí
—respondió saboreando, no muy convencido, el poco caldo que quedaba en la
paella.
—¿Para
siempre? —insistió, confundida por su duda.
Él
recordó entonces algo que escribió recientemente un amigo que tuvo que irse de
la ciudad:
«El
bar al que bajas a ver el partido de fútbol con los amigos, donde a base de
compartir tardes y noches ya conoces a los parroquianos y los saludas con un
arqueo de cejas si los encuentras por las calles del barrio; el banco de la
esquina donde te sentabas a esperarla frente a su portal, la combinación de
semáforos en rojo y verde que encuentras al salir del garaje de casa, esos
niños camino del colegio con los que te cruzas todos los días y que llevas años
viendo crecer, la tradicional pizza de los viernes, las triquiñuelas de la
pescadera del súper para que te lleves siempre unas almejas, el desayuno de los
sábados en la terraza del parque leyendo el periódico, las tardes de sofá
viendo vuestra serie favorita, temporada tras temporada; el ritual de cada
mañana al levantarte, el programa de radio y el orden de las secciones que
escuchas camino del trabajo, la limpieza del baño el domingo por la tarde, el
saludo a la kiosquera cada vez que sales de casa, la lista de la compra del fin
de semana, la escapada a bañarte cuando empieza el buen tiempo, el recorrido habitual
por las tiendas del barrio para comprar los regalos de Navidad, las cosquillas
que le haces de repente cuando no se las espera, el sonido del tranvía llegando
a la parada cercana a casa, el lugar donde guardas cada cacharro en la cocina,
la negociación sobre qué película ir a ver al cine, la sucesión de curvas que
te llevan de vuelta al pueblo, esa camiseta que le regalaste, la copa bien
preparada por tu colega el del garito donde cenáis de tanto en tanto, el parque
al que vas a correr algunas tardes, la siesta que os dais juntos el viernes, la
esquina del kebab en la que siempre sueles encontrarte a ese antiguo compañero
de clase y con el que repites invariablemente la misma conversación
infructuosa, el dependiente agrio de la administración de loterías de los
jueves por la tarde, la sonrisa cada vez que pasas por la calle donde os
besasteis por primera vez, tu peluquería, el almuerzo con los compañero de
trabajo, la cuadrilla indisoluble de las excursiones a la sierra, esa canción
que siempre pides el sábado por la noche, el viejo furgón del frutero aparcado
bajo el mismo árbol para que le dé la sombra, el atajo para ir a la playa
cuando hay tráfico, sus ojos cerca de los tuyos, las vistas desde la ventana,
el olor del mar, la farola donde atas tu bicicleta, la chica de la copistería,
la sartén vieja para la tortilla de patatas, las pintadas del ascensor, las
teclas de tu coche, la cerveza mientras preparas la cena, las plantas del
balcón, esa diferencia sutil en el beso que te da y que significa que quiere
que hagáis el amor...
»Todo,
absolutamente todo lo que parece parte del paisaje inalterable de tus rutinas,
se esfumará un día, revelándote que nada es para siempre».
—Se
te pasa el arroz —apremió ella a su extraño silencio.
—Sí,
claro... Para siempre.
David 5 – Nocilla 0
CONTINÚA AQUÍ.
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