MIÉRCOLES 25 DE MARZO
El ruido de la lavadora dando sus
ciclos de lavado monótonos y regulares es uno de los sonidos que más asocio a
un hogar. Normalmente, cuando hago una mudanza intento poner pronto una
lavadora, de esa forma pretendo que ese ruido me engañe y me haga creer que ya
estoy en casa, aunque las cajas de cartón sigan llenas por los suelos y las
estanterías vacías en las paredes.
Precisamente hace tiempo escribí un relato llamado Normalidad que transcurre en medio de un paisaje apocalíptico pero que habla de eso...
A cada vuelta del tambor de la lavadora se atenuaba
su ansiedad. Aquel ruido doméstico, previsible
y fácilmente reconocible sustituía a cualquier
mantra de religión olvidada en las montañas de
Asia. Siempre, con cada antigua mudanza, entre
cajas por abrir y muebles por armar, lo primero
que solía hacer era poner la lavadora, buscando
así ruidos hogareños conocidos. Y ahora, tras
mucho deambular jugándose el tipo, pudo robar
gasoil para el generador eléctrico y lavar sus
harapos. Lo siguiente era salir nuevamente a las
calles desoladas y luchar por comida.
Cauto a cualquier ruido que se escuchara en la
calle salió por Embajadores. Al fondo, una nueva
columna de humo brotaba del Reina Sofía
Pues bien, hoy por fin he puesto una lavadora, la primera desde que comenzó este Fin del Mundo… Evidentemente todo es ropa de andar por
casa: sudaderas, camisetas y pantalones cómodos, nada de las camisas y chinos
con los que suelo ir a la oficina. Mientras ponía la lavadora me decía que
ojalá esto no se alargue mucho o deberé ir al garaje a buscar al coche los pantalones cortos,
puesto que hoy hace dos semanas que bajé las primeras cajas de mi mudanza nonata
al maletero.
Ha sido un día de contrastes: por
un lado por fin ha salido el sol, y los árboles del parque de atrás de casa ya
empiezan a verdear, cosa de la que no me he dado cuenta hasta hoy, que está soleado,
aunque la mañana haya sido fresca. Pero por otro lado he recibido una noticia
que no sé calificar todavía como buena o mala, porque las consecuencias no
están aún claras: a lo largo de los últimos días he ido registrando los
informes que llegaban de las obras que se suspenden en los aeropuertos de toda
la zona este, viendo como poco a poco la actividad de AENA va languideciendo a causa
del coronavirus; y ayer eso ya se tradujo en reducción de equipo de personal de
direcciones de obra, gente a la que no conozco y con la que no he tenido trato; pues bien, hoy esa reducción de recursos humanos que está
pidiendo nuestro cliente me ha tocado a mí. ¿Dijiste hace un mes que te ibas? ¿Que
ahora no te vas? ¡No, hombre, no! ¡Tus primeros deseos son órdenes! ¡Puedes dejar
este proyecto! ¡Te liberamos!
Como he dicho, aún no sé las
consecuencias porque ahora es mi empresa la que ha de decidir qué hace conmigo
a partir del 1 de abril, día en el que en otra realidad yo debería estar finalizando mi mudanza.
No, si al final los planes van a realizarse independientemente de lo que yo
esperara de esta pandemia. Y es que como cantó Sabina (corrección política off):
Pero al loro,
que el destino es un maricón,
sin decoro,
te da champán y después chinchón.
Con todo esto, y con la cantidad
de trabajo que tengo estos días se me ha olvidado revisar la versión digital de mi novela,
mañana lo haré y os cuento.
Estoy por lanzarme hacia el tarro
de Nocilla…
David 7 – Nocilla 0
CONTINUARÁ...
Pues revisa, revisa y dale a la Nocilla. Ya nos contarás qué pasa contigo, que se está poniendo la primavera emocionante.
ResponderEliminarBesos, David, cuídate.
Jajajaja. Ya ves, si parpadeas te lo pierdes.
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