martes, 18 de junio de 2013

MEMORIAS DE TECH HUAN. Cap 1: De la Casa de Aprendizas (II)





Yo, como servidor de Dios, le agradezco que ningún hombre
pueda resistirse a los encantos de una mujer hermosa, que ningún hombre
pueda librarse del deseo de posesión.
El jardín perfumado, Jeque Nefzawi

El primer paso consistió en buscar un nuevo hogar para mis futuras concubinas. Para ello se hizo reconstruir el antiguo pabellón de invitados que los San Luis tenían clausurado, según la versión oficial, en el ala oeste de la mansión. Este pabellón se encontraba separado del cuerpo principal del palacete mediante un cenador tapizado de plantas exóticas, galería en la que Liberta Adler solía agasajar a sus invitados con el té de la tarde durante los suaves inviernos de esas latitudes del planeta.
El pabellón de invitados tenía su propia porchada, amplia y luminosa, orientada al oeste, y protegida de las miradas del resto de la casa mediante densos setos, estanques y pequeñas arboledas. Contaba con las estancias suficientes para habilitar salones espaciosos, habitaciones cómodas y sus propias salas de juegos y cocinas, para gestionarse de forma independiente al casón principal. La misma Liberta, asistida de Cipango, fue quien se dedicó a la tarea de dirigir la rehabilitación del edificio, que debería tener las habitaciones suficientes tanto para la vivienda discreta y tranquila de sus ocupantes, como para albergar las fiestas y actividades que configurarían su futura dedicación. Sin duda, vistos los avances en los trabajos, Cipango tenía grandes conocimientos en crear ambientes propicios a la sensualidad, sin caer en desmesuras barrocas u horteras. Sus bases de datos incluían desde los consejos de cortejo y conducta del Kama Sutra de Vatsyayana, hasta las enciclopedias eróticas del siglo XX, pasando por el humor vital de El jardín perfumado del Jeque Nefzawi.
Mientras ellas daban las instrucciones para acondicionar la nueva residencia, ya supervisé la instalación de un sistema de monitorización domótica completa, como los que usaban los comandantes de la Faster than Light Travel&Freight Company para controlar todos los elementos mecánicos y electrónicos de sus naves.
Además, comencé a frecuentar el puerto espacial y a intimar con los traficantes de esclavos que con la guerra prosperaban bajo la figura legal de reubicadores de prisioneros. En esos tiempos en los que los movimientos sociales, los medios de comunicación y el carácter garantista de las leyes de la Liga se veían desbordados por el desgobierno y la corrupción de los nuevos virreyes autoproclamados; la rapiña humana se cebó principalmente en los sistemas exteriores, donde cualquier excusa valía para declarar una nueva guerra intra o interplanetaria, montar un embargo comercial o cualquier otra acción con la que apropiarse de los bienes, los recursos y las almas del más débil. Y eso me facilitaba a mí el trabajo. En pocos días estuve al tanto de los movimientos del mercado de esclavos: tanto prisioneros de guerra, como de razias, víctimas de piratas espaciales e incluso de prestamistas, provenientes de los sistemas planetarios más cercanos gracias a la aquiescencia interesada y necesaria de la FTLTFC (el único medio viable de viajar fuera de cada sistema). Con estos primeros contactos pude apalabrar con algunos de los principales agentes reubicadores, previo pago de sustanciosas dádivas, opción preferente de acceso a sus bases de datos y de compra. De esta forma tenía información, prácticamente actualizada al minuto, de la cada vez más extensa red de esclavistas encubiertos.
Mi predilección se centró en muchachas entre los catorce y los dieciséis años: inexpertas pero físicamente preparadas para aprender. No en balde en muchas de las primeras culturas de la vieja Tierra, y asociado a los ciclos biológicos y reproductivos de la especie, ésta era la edad en la que se entraba en la etapa adulta. Momento en el que se comienza a tener una percepción más real del mundo, y en el que las mentes, aunque con una personalidad ya forjada, siguen siendo permeables a nuevas enseñanzas y proclives a confiarse a tutores debidamente instruidos, como sería mi caso.
Realicé la selección de las candidatas basándome en el análisis de la información genética facilitada por los reubicadores (aquí poco valían las prohibiciones impuestas por las leyes de la Liga Planetaria). Era esencial conocer la tendencia de las chicas a sufrir ciertas enfermedades, su evolución de la forma física e incluso su desarrollo mental y permeabilidad psicológica. Aunque esta selección era previa a su llegada al puerto espacial, produciéndose la compra antes incluso de que el traficante tuviera decidido su destino al planeta Semlöh; era parte de mi plan dejar que los esclavistas las mostraran durante las subastas del mercado de reubicación. Éstas, por no ser legales, se hacían sin intervención de medios electrónicos, para dificultar así el rastreo de las operaciones por parte de los pocos funcionarios de la Liga que aún estaban destacados en los sistemas exteriores. En estas subastas era donde algunos de los hombres de Norton San Luis, siguiendo mis instrucciones, montaban un bonito espectáculo caracterizados de los personajes más deleznables, en contraste con mis ropas, especialmente escogidas por Liberta para inspirar confianza. Se trataba éste de un momento crucial en todo el proceso. Los esbirros de Norton San Luis se acercaban a las muchachas previamente elegidas, mostrando su interés por ellas, asustándolas y dibujándoles un negro porvenir de esclavitud subjetivamente penosa. Mientras ellos, junto con parroquianos habituales del mercado, actuaban centrando la atención en alguno de los expositores, yo me acercaba discretamente a las que ya habían sido horrorizadas y, con una sonrisa confidente, les alargaba la mano para sacarlas de allí por alguna puerta lateral, sin que se realizara ante sus ojos la transacción comercial. Una vez comenzado el proceso bastó con tres semanas para tener la primera docena de muchachas perfectas destinadas a convertirse en diosas, diosas cuyos poderes, bajo mi dirección, incrementarían la fortuna y las influencias de Norton San Luis y Liberta Adler.
Las chicas llegaban desorientadas y asustadas a su nuevo hogar, pero con la esperanza y la necesidad de confiar en alguien tras las diferentes desventuras que las habían conducido desde su, quizá placentera, vida en un planeta lejano hasta un puesto de mercadeo de esclavos en Semlöh. Los primeros meses se plantearon como una especie de vacaciones, como un campamento de verano en el que Cipango, con las modificaciones oportunas en su inteligencia artificial y la ayuda de Liberta, ayudaba a las chicas a retomar su confianza, a conocerse las unas a las otras, convirtiéndose en una especie de institutriz benevolente. La situación idílica de las tierras de los San Luis, aisladas en medio de las praderas interminables, jalonadas por suaves colinas, arroyos apacibles y bosquecillos perennes (desde los que en la noche se escuchaban los cantos de los animales salvajes, convenientemente reproducidos por altavoces), no invitaba a la aventura de escapar hacia ninguna parte en una región inmensa y desconocida.
Durante esos primeros meses yo me dejaba ver todos los días por la residencia, trayéndoles algún regalo sencillo, noticias de sus planetas adecuadamente filtradas, y compartiendo con ellas algunas de las comidas del día. Aprovechaba esas ocasiones en las que me sentaba con ellas y con Cipango a la mesa, para comprobar que no habían descubierto la naturaleza del androide, para conocer el grado de confianza y relajación al que había llegado cada una de ellas; y prometiéndoles, siempre con vaguedades, un futuro con una misión importante en la organización a la que el destino las había traído.
‑Niñas, nada ocurre por casualidad. De una forma u otra habéis llegado hasta aquí, y hemos de aprovecharlo. Ahí fuera están ocurriendo muchas cosas horribles, una desgracia me trajo a este planeta, igual que a vosotras. Y aunque nos sintamos atrapados, realmente está en nuestra mano que podamos librarnos de las consecuencias de esas catástrofes de ahí fuera, y juntos podamos reconducir nuestra suerte.
Pasados esos primeros meses comenzaron las clases de Historia, Filosofía, Literatura, Ciencias Naturales, Política, Psicología, Artes, Mecánica,… Todo los temas que pudieran presentarse en cualquier conversación con los invitados de los San Luis, incluyendo el sexo. Durante las primeras semanas fui conociendo a cada una de mis muchachas, mucho más de lo que ellas mismas se conocían. Esto me permitió ir seleccionando los medios de acercamiento a cada una de ellas, el método de despertar y dirigir su vida sexual. Me sirvió muchísimo para esto el comportamiento de uno de los matones de mi amo. Se trataba de un elemento conflictivo que siempre ocasionaba problemas en misiones delicadas. Hasta tal punto que Norton San Luis decidió prescindir de él puesto que su falta de delicadeza y su indiscreción de acción, no eran deseables.
Propicié que una noche, cuando las muchachas ya dormían, él conociera la existencia del pabellón y su contenido (eran muy pocos, y de mucha confianza, los hombres de Norton San Luis que conocían siquiera la ubicación exacta de su residencia). Tras una noche de excesos en los garitos del puerto espacial, le franqueé el camino para que, animado por el alcohol, fuera en su busca. Dejé todo preparado para que llegara hasta las habitaciones. Tenía la certeza de que no dudaría en desfogarse, costase lo que costase, con esas muchachas de las que le habían hablado confidencialmente entre jarras de cerveza de Brimileo. Y así fue, directo al pabellón. Irrumpió en los dormitorios y eligió a Goritza, una esbelta morena de pelo corto y tez clara, del grupo étnico eslavo, cuyas larguísimas piernas y sus enormes ojos negros destacaban invariablemente en su figura. Con el sistema de monitorización de la casa conectado inalámbricamente a mi procesador sensitivo, dejé que la asustara, que la manoseara y le echara su aliento de borracho durante unos minutos. Permití que sacara su miembro erecto, causando pavor, no solo en Goritza sino en el resto de muchachas, que alarmadas por el ruido se habían levantado. Sólo cuando la situación se tornó delicada para la joven, entré en escena. El matón, de los más violentos de Norton San Luis, no tenía nada que hacer contra mi capacidad biomecánica: directamente lo agarré del pelo y lo llevé a rastras fuera del pabellón.
–¡Nadie hace daño a mis chicas! –grité encolerizado, asegurándome de que todas me escucharan. Después lo noqueé con un par de golpes y lo alejé del pabellón para que fuera recogido por un sirviente de confianza, que se encargaría de deshacerse de él.
Volví al pabellón a calmar a mis jóvenes aprendizas, e iniciamos una conversación sobre el deseo y la sexualidad, a la que se unió Cipango.
–Queridas mías –les dije mientras Cipango asomaba por detrás de mi hombro, abrazándome–, pido perdón por lo que ha pasado. Nadie, nunca más, os hará daño, puesto que sólo vosotras sois dueñas de vuestros cuerpos. Habéis podido comprobar la locura a la que puede llevar el deseo sexual. Es peligroso como habéis visto, pero también poderoso. Es un arma cargada que os puede salvar pero que también os puede matar.
Poco a poco, y aprovechando lecciones de Historia y Psicología que ya habían aprendido, les fui explicando el potencial de sus cuerpos sobre los hombres. Mientras tanto, Cipango, la cariñosa androide de aspecto japonés, me besaba y abrazaba, quitándome algunas de las pocas prendas que yo llevaba encima.
–Sabed que sólo vosotras decidís cuándo y cómo disfrutáis, pero nunca dejéis de hacerlo. Que un episodio desagradable no ahogue vuestras capacidades.
Y medio desnudo me retiré con Cipango a su estancia, donde, con la puerta entreabierta, hicimos el amor durante varias horas, practicando juegos sensuales y cariñosos, evidenciando el placer que supuestamente recibía la androide y la forma en que ella podía dirigirme. Simultáneamente pude comprobar, gracias a la señal que me llegaba de las cámaras ocultas por toda la casa, que las chicas nos espiaron, dirigiéndose sonrisas nerviosas entre ellas, y que algunas de ellas se tocaron esa noche.
Tras este episodio, se volvieron frecuentes mis visitas a la habitación de Cipango, incrementando la curiosidad en las muchachas. Incluso alguna tarde, a la hora de la siesta, Liberta Adler se apuntaba a las “demostraciones”, aunque nunca se atrevió a practicar conmigo, sino que daba rienda suelta a su sensualidad con Cipango. Y conforme la primavera se acercaba al verano, el vestuario que se les proporcionaba la androide era cada vez más ligero y vaporoso. En ese periodo, Liberta comenzó a crear, con sus habilidades psicológicas, el clima propicio para aumentar el comadreo entre todas. Inventaba juegos en los que el contacto físico era constante, y en los que Cipango tocaba aquí y allá, acariciaba a una u otra, de forma que la sensualidad y el erotismo que se creaba no escapara a la percepción de ninguna de ellas. Y lo sabían. Yo observaba los juegos y en ocasiones participaba de ellos, dejando notar erecciones que ellas atribuyeran al contacto con sus cuerpos, sabedor de que les hacía sentirse más fuertes y confiadas en mí ver cómo me ruborizaba.
Una tarde de finales de julio, merendábamos en la terraza unos pasteles cocinados por Cipango con ayuda de Mirena, una voluptuosa mestiza de cabello encrespado, piel tostada de curvas contundentes y labios carnosos. El magnolio del jardín dejaba caer algunas hojas al mecerse con la brisa, y filtraba los rayos solares sobre el porche de la casa. Tras la siesta, las chicas estaban relajadas, y los ingredientes que Cipango había añadido a la receta de Mirena potenciaban la percepción sensorial en mis bellas aprendizas. Liberta les preguntó que si yo fuera comestible, con qué plato me asociarían, y por dónde comenzarían a comerme.
–Una bola de helado de hojaldre, rellena de chocolate fundido y caliente –se aventuró Kiveli, una resplandeciente rubia de pechos apretados y pómulos angulosos.
–¿Por qué? –pregunté cambiando de postura en mi asiento y acercándome a ella.
–Evidente, estás crujiente –remarcó tocando con el índice uno de mis pectorales, afirmación que le valió el aplauso de sus compañeras–, y eres una extraña muestra de frío y calidez por fuera, pero seguro que por dentro eres sedoso y sabroso.
Tras las risitas nerviosas que siguieron al atrevimiento de Kiveli, el ambiente se fue relajando y una tras otra: la altanera Aireen, la decidida Taris, la suave Vataï o la curiosa Antha, fueron asemejándome a algún plato. Conforme iban tomando la palabra, Cipango se les acercaba por detrás animándolas con algún abrazo o besos en las mejillas, y pedía al resto de chicas que puntuaran la respuesta de su compañera. La votación dio por ganadora a Gagga, una menuda pero bien proporcionada muchacha de pelo castaño y ojos verdes, cuerpo fibroso, inteligente y avispada.
–Muy bien Gagga. Habrá que pensar en un premio para ti –decidió Liberta sin adelantar nada más.
El resto de la tarde continuó con lecciones de Literatura, precisamente erótica, lo que despertó aún más la libido de las chicas. Mientras Liberta les enseñaba y leía algunos fragmentos, yo estuve trabajando en el jardín, a su vista y seguido por Cipango, que me atendía con pasteles, refrescos y secándome el sudor cuando se lo pedía.
Por la noche no cené con ellas, pero aparecí para el postre, trayendo unos dátiles rellenos con dulce de leche de melange y cacahuetes, el plato que había sugerido Gagga.
–Hoy tomaremos mi alter ego culinario –dije sonriente–, y para la ganadora del juego, su premio.
Y saqué un autovibrador como el de Liberta.
–Luego te enseñaré a usarlo.
Los ojos de Gagga relampaguearon. Una mezcla de miedo y curiosidad se manifestó en su rostro. Percibí que las demás se erotizaron y la miraron con cierta envidia. Cipango se lo hizo notar con un susurro, y un inevitable orgullo se dibujó en su sonrisa.
Supe que había llegado el momento del adiestramiento.




Cap 1: De la Casa de Aprendizas (parte III)
Cap 1: De la Casa de Aprendizas (Parte IV)

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