MIÉRCOLES 13 DE MAYO
Pues resulta que no sabía ponerme
la mascarilla, y por eso se me empañaban las gafas. Hace unas semanas vi un
vídeo en el que se explicaba cómo había que preparar la mascarilla para
ponérsela (lo tenéis más abajo). Pero claro, algo tan simple como eso tampoco tenía que suponerme un
reto a alguien como yo: ingeniero de caminos, que además desarrollo otras
habilidades cognitivas gracias a mis hábitos de leer, escribir, ver
documentales sesudos sobre el Cosmos y la evolución humana. Así que tomé unas
pequeñas notas mentales y poco más.
Pero… ¡Ay, amiguitas y amiguitos!
El cuñao que todos llevamos dentro
nos hace caer en la soberbia. Nadie nace enseñado, pero creemos saber de todo,
nos convertimos en cuñaos, capitanes a
posteriori, metemierdas en ocasiones, y tertulianos y opinólogos en el peor de
los casos. A esta conclusión llego por el uso de la mascarilla.
Por la mañana fui a hacer la
compra, en coche porque el cielo estaba nublado y no quería regresar cargado
como una mula y quizá mojado. Y así movía también un poco el coche y le
recargaba la batería. Esta vez fue la primera en la que acudí al súper con mascarilla.
La llevaba puesta como el día anterior, cuando se me empañaron las gafas, y a
ratos era incómodo. Pero al menos me sentí bastante más seguro, en ningún
momento tuve las sensaciones de proto-agobio que me rondó en otras visitas al
supermercado. Es curioso cómo funciona todo esto, cada vez es más la gente que
lleva mascarillas, hasta llegar al punto de que algo que te parecía un poco
excesivo hace unas semanas, conforme vas saliendo más a la calle y ves que eres
de los pocos sin usarla te hace sentir raro, fuera del grupo, o incluso
peligroso para el grupo. Quizá en dos semanas estaré juzgando y señalando con
el dedo a quien no la use… Así somos. Espero que el hecho de haber escrito esta
reflexión me sirva para ver las cosas con perspectiva y no convertirme en cuñao policía de balcón.
El caso es que por la tarde, y a
raíz de estas reflexiones sobre cómo no me había encontrado apurado en el súper
por la mañana, sí que me busqué el vídeo de cómo ponerse una mascarilla para ir
más protegido a la peluquería; que allí iba a estar sentado un buen rato en un
espacio cerrado con más gente a mi alrededor. Y en efecto, ponerse la
mascarilla tiene su pequeña ciencia, y me di cuenta luego por la calle que casi
nadie lo hace bien. El peluquero me lo comentó al ver el nudo que le había hecho
yo a las gomas, y que él debería hacerlo igual. Y terminamos hablando también
de que para cualquier actividad, normalmente, alguien te lo tiene que explicar
antes, por no hablar de los desastres que se estaban cometiendo en la intimidad
del hogar con los cortes de pelo de la gente. Y entonces me explicó que aunque
yo le diga que me pase la máquina al tres, eso significa que es el número máximo,
pero que ha de hacerme un degradado para evitar escalones y demás cosas que
aprendió en el lugar donde se formó. Al final, para ejercer una profesión has
de ser un profesional.
Pelo corto y mascarilla.
Como cosa curiosidad, camino de
la peluquería vi a una señora consultando a su perro si giraban calle Toledo
abajo a hacer la compra a la carnicería o qué. El perro la miró con poco
interés en lo que le preguntaba su humana y continuó su camino, con lo que la
señora le dijo «Vale, lo que tú digas, seguimos». Estuve tentado de pensar que
ya se veían los efectos de la soledad debida al confinamiento, pero recapacité,
la gente ya debate con sus animales desde antes.
Y a todo esto, ya se cumplen los
dos meses desde el viernes 13 de marzo en el que decidí no bajarme a Elche y
quedarme en casa en Madrid… No sé si preocuparme al darme cuenta de que no se
me ha hecho largo. Lo que me preocupan son las semanas que aún me quedan por
regresar y ver a quienes quiero ver, estas sí que se pueden hacer largas ahora.
Y así hay que ponerse la mascarilla
David 56 – Nocilla 0
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