SÁBADO 18 DE ABRIL
Los sábados no me da el día para
hacer ejercicio. Ayer, iluso de mí, pensé que sí podría hacer como todas las mañanas
después de desayunar, pero entre que tenía aún todos los libros que usé para el vídeo repartidos por el salón,
y que a partir de las 12 voy saltando de videoaperitivo en vídeoaperitivo, me
hago de comer más tarde, la siesta se retrasa, y me siento a escribir esto
pasadas las cinco de la tarde (y yo escribo lento), pues que se me echa el día
encima.
A ver si luego más tarde me da
tiempo a hacer una sesión antes de la cena, que hoy no he quedado con nadie (cuántas
veces habré hecho este chiste estos días…).
Los viernes, por ahora van tres,
me ha dado por hacer directos de Instagram para leer fragmentos de libros que
me han gustado, o un relato corto entero, incluso mío, y tener mis quince
minutos de gloria delante de las menos de veinte personas que me pillan a esa
hora. Ayer, a propuesta de mi buena y mejores amigas Anna, leí un relato de la
colección Crónicas de motel de Sam
Shepard. Este relato termina con el siguiente párrafo:
Me volví hacia
la extensión de tierras y me pregunté hasta dónde ir. Exactamente la misma
pregunta que me hice antes, cuando nadaba en el océano. ¿A partir de qué lugar comienza
a ser peligrosos seguir alejándose? Y comprendí que uno se lo pregunta cuando
ya empieza a creer que ha ido demasiado lejos.
Y esto da para muchas
reflexiones. ¿Cuántas veces tenemos miedo de pasarnos cuando ya nos hemos pasado?
¿Por qué nos gusta tanto estirar la cuerda en algunas situaciones? Normalmente
siempre nos damos cuenta de que el punto de no retorno se nos ha quedado detrás
cuando ya pisamos «territorio comanche» y estamos metidos en la mierda. Pero
somos exploradores natos y necesitamos asomar la nariz un puntito más, a ver si
ahí detrás de esa esquina está el monstruo o el mirlo blanco. A la prudencia la
prefiero calificar como virtud de los que nunca llegan, y no de los vivos,
porque si has vivido para no contarlo, ¿qué has vivido?
Hoy, Anna me ha enviado la
reflexión que le pedí ayer durante el directo de Instagram. Y aunque sé que me
va a matar por mencionarla y exponer sus palabras, no quiero adueñarme de
ellas:
Ayer cuando
hablabas en Instagram del texto de Shepard, pusiste el símil de cuando nadamos
en el mar, y por asociación (y porque es el momento de la peli que más me
mola), me acordé de Gattaca, cuando
Ethan Hawke nada en el mar compitiendo con su hermano, y pese a su patología
cardiaca, gana, porque no le importa no regresar... Quizá eso nos pasa a
muchos, que nos metemos en todo lo que hacemos a fuego, sin pensar en la
vuelta, porque da igual, porque si merece la pena, hay que darlo todo. Siempre.
Y estoy tan de acuerdo que no
puedo añadir ni restar nada. Es una suerte ver cómo conforme pasa el tiempo vas
convergiendo con gente que comparte tus mismas «taricas». De guantazo en
guantazo hasta la victoria final.
Y una de esas taras que tengo es
que solo de tanto en tanto me da por el orden, y voy a aprovechar la desbandá de libros que tengo en el salón
para volver a ordenarlos por género, colección, lengua original o vínculo. Poco
a poco se me habían ido moviendo de sitio con las inquietudes propias de los
libros, y ya empezaba a haber algunos a los que les tenía la pista casi perdida
porque se me habían escondidos en estantes (o anaqueles, como diría el bueno de
Eduardo Boix) que no son los suyos.
Quizá después de eso me haya
ganado un sándwich de Nocilla en lugar de otra manzana.
David 31 – Nocilla 0
No hay comentarios:
Publicar un comentario