VIERNES 10 DE ABRIL
Mi amigo Juanma cada Viernes
Santo me advierte de que hoy matan al Señor. «Algo habrá hecho», le he
respondido en broma esta mañana, poniéndome en la piel de cualquier conspiranoico,
de los que siempre llevan la duda, por el camino de la sospecha, más allá de lo
razonable. Y cuando digo razonable me refiero a no usar la razón y las
herramientas del método científico, sino basarse en deducciones de sofá,
suposiciones incontrastables, hipótesis locas que se sustentan en hechos
parciales, en un conocimiento incompleto, muchas veces sesgado, de la realidad.
Últimamente me ha llegado más de
un vídeo o publicación referido al supuesto origen del virus en una guerra biológica
soterrada entre China y Estados Unidos. Cuando la realidad no nos gusta,
siempre hay mentes dispuestas a creer en intenciones malignas que rompen la costura
de la razón, ávidas de buscar explicaciones rocambolescas que no aguantan el
filtro de la navaja de Ockham, que viene a decir que «en igualdad de
condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable», o que
buscar pluralidad de explicaciones no se debe hacer si no hay necesidad. Y es
que esta gente, los conspiranoicos, no puede creerse que lo que nos ponga en jaque pueda ser lo más
sencillo y plausible .
Pues bien, hay legiones de científicos
investigando, encontrando el camino del virus y sus diferentes mutaciones desde
que saltó de un animal a los humanos, pero la ciencia no importa a esta gente.
Hace unas semanas, antes del confinamiento, vi un hilo en twitter de alguien
que enlazó una historia documentada que hacía plausible la sospecha de que todo
hubiera sido en efecto un experimento chino que se salió de madre. Al final del
hilo, explicaba que era todo un invento que no le había costado mucho armar a
partir de noticias y hechos incompletos y sin relación entre ellos. Fue un
ejercicio interesante de exposición de cómo se puede dar credibilidad a algo
que no la tiene (por cierto, os recomiendo este documental del musicólogo Jaime
Altozano sobre estos temas: PINCHA AQUÍ).
Como decía arriba, no importa
cómo desmontes la historia a un conspiranoico, sea terraplanista, creyente de
los chemtrails, un cavernícola
anti-vacunas, o defensor de las teorías absurdas del 11-S y 11-M; no le vas a
tumbar con la razón su creencia. Y eso es porque el conspiranoico tiene fe en
lo que quiere creer. Y a la fe difícilmente se le puede vencer con la razón. La
fe, para quienes no la comprenden ni saben interpretar lo que significa esa
palabra, normalmente les viene disfrazada de razón, su razón. Sin entrar en la
religión, centrándonos solo en los conspiranoicos, estos inventarán toda clase
de teorías y tramas paralelas que expliquen que todas las razones que les des
para desmontar las suyas, no son más que un sistema de engaño masivo,
orquestado por mentes malignas pero inteligentísimas para hacernos vivir en la
mentira complaciente en lugar de en la verdad incómoda que ellos sí han
descubierto. Porque es así amigos, los conspiranoicos son inteligentísimos. Con
cuatro tardes de internet y reflexiones en su sofá han conseguido descubrir motivaciones
que al resto del vulgo se nos escapan. Además, son los adalides del «piensa mal
y acertarás». Lo que no se sostiene es que quieran decirte que los motivos y
los hechos que ellos conocen son súper evidentes, porque si eso es así, las
mentes malvadas que han orquestado la conspiración ya no son tan inteligentes
puesto que han ido dejando demasiadas huellas de su plan. Pero qué te
responderá un conspiranoico: te dirá con seguridad que eso forma parte del
plan, dejar evidencias que nos hagan pensar que es imposible que alguien deje
esos cabos sueltos, una especie de psicología inversa…
«Planes dentro de los planes de
los planes», es lo que decía el emperador Shaddam IV Corrino de la novela Dune de Frank Herbert. Eso te argumentará un
conspiranoico (otro día hablaré más en detalle de esta novela y su letanía
contra el miedo).
Pero bueno, yo no quería hablar de
esto, aunque el cuerpo me lo pedía. Ayer dejé un par de temas para hoy: el mal
uso de las canciones de abril y algunas reflexiones que me hizo la enfermera
desconocida con la que hablo de tanto en tanto a propósito de los ratos que
pasa en su trabajo.
Las canciones de abril.
Vamos a ver… Estoy encontrando
referencias excesivas a Quién me ha
robado el mes de abril de Sabina. ¿En serio? Aún no sabemos si de verdad
nos han robado el mes de abril. ¡Venga! Todos estamos viviendo una situación
extraordinaria, algo a lo que nunca una sociedad como la nuestra se ha enfrentado
(lo más parecido fue la gripe mal llamada española de 1918, pero esa sociedad
era muy distinta a la nuestra), no lo veamos como un robo, esperemos a final de
mes, o hasta el final del confinamiento, y hagamos entonces balance. Reflexionemos
en ese momento sobre las adversidades con las que hemos tenido que lidiar,
tanto por separado como en compañía (bien en el trabajo quienes han seguido
saliendo a jugarse la salud, bien en casa con la familia o pareja, bien por
medio de las redes); y decidamos entonces si de verdad nos han robado el mes de
abril o si ha habido un trueque por otras cosas con otro valor.
Mientras decidimos si nos han robado el mes, propongo escuchar, por ejemplo, Nit freda per ser abril, de los Manel,
donde afirman que no se está en ningún lugar como en casa en estas noches aún frías
para ser abril:
La enfermera desconocida.
Hace un rato me escribió para
decirme que no sabe en qué día vive debido a las guardias nocturnas en la UVI
del hospital. Pero aun así sigue al frente del cañón: hace un par de días me
contó que no son héroes ni ángeles, simplemente gente que está desempañando su
cometido más allá de lo que se les pide, porque los pacientes a los que tratan
no tienen a su lado a sus familiares, y son ellas, las enfermeras, médicos y
resto de personal quienes ocupan el puesto de sus seres queridos sosteniendo
sus manos, ocupando el papel de ofrecer calor, apoyo, consuelo, cercanía,
confianza, esperanza, ternura y fortaleza aunque ellas también tiemblen por
dentro. Esas fueron sus palabras. Que se aguantan el llanto porque sus
pacientes necesitan ver entereza en ellas, y que ahora más que nunca han de aplicar
su código deontológico:
Si puedes curar, cura
Si no puedes curar, alivia
Si no puedes aliviar,
consuela
Y con esto se les olvidan las
marcas y heridas de la mascarilla tras 7 h seguidas, el calor del EPI, las
alarmas sonando de las bombas y respiradores; y lo único que teme es el después
de todo esto, cómo lo podrá gestionar si dentro de unos meses sale todo lo que
se ha tenido que guardar dentro y estalla, porque está empatizando con sus
pacientes, los llama por sus nombres aunque no los conozca para ayudarles a pasar
el trago de estar solos, y siente su dolor, pero les dice cuando les da la mano
que «lo estás haciendo muy bien, estás luchando mucho».
Después de esto, ¿qué puedo
decir? Mañana es sábado, y el domingo resucitaremos.
David 23 – Nocilla 0
En el próximo capítulo:
- Los
madurescentes se quejan
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