JUEVES 16 DE ABRIL
Hay que ser muy cuidadosos para
que los caminos de la rutina, necesaria para impedir que esta situación anómala
nos conduzca al caos personal, a la desidia del descuido interno, no se
conviertan igualmente en una cadena de montaje en el que cada día sea inidentificable
del anterior y del siguiente. Tomemos como ejemplo a Bill Murray en Atrapado en el tiempo para que este «día
de la marmota» no nos destruya.
El protagonista, Phil Connors,
una vez que supera la estupefacción inicial por encontrarse atrapado cada
mañana en el 2 de febrero, intenta aprovecharse de la situación para su propio
beneficio, que incluye robar el furgón blindado o camelarse a su redactora Rita
(Andie MacDowell) con fines lúbricos o poco sinceros. Cuando ve que sus planes
no funcionan, se desespera, se deprime e intenta diversas formas de suicidio;
objetivo que tampoco consigue. Necesita un pequeño flash, un detonante que le
abra los ojos y le descubra que puede aprovechar ese tiempo infinito para
mejorar como persona y en sus habilidades. ¿Por qué no podemos tomar esto como
ejemplo? Vale, no os digo que esté aprendiendo a tocar el piano, a esculpir en
hielo o que me haya puesto a adquirir conocimientos avanzados de medicina (no pienso
ser epidemiólogo de salón) como Phil Connors; pero además de querer ser mejor
persona y pretender mantener esta actitud para cuando termine el confinamiento,
intento inventarme cosas nuevas cada día para no deslizarme hacia esa sucesión
de jornadas iguales que tiendan hacia un gris anodino y desesperante. Conocer a
una «Rita» con la que comentar el día antes de ir a dormir también va bien si
estás solo en casa.
Claro, reconozco que lo mío es
más fácil porque estoy solo en casa y he de inventar para mí, no tengo prole ni
he de compartir espacios con alguien que pueda tener horarios distintos a los
míos o videollamadas con sus amigos (me pregunto si la pareja sueca de mi amigo
Luis, que viven en Londres, o la neozelandesa de Vicent, en Melbourne, estarán
ya hasta la chirla de las llamaditas de aperitivo del finde, con esos ruidosos
españoles en una multiconferencia en la que no se entiende a nadie).
Ayer por la noche, por ejemplo,
para no hacerme la cena solo decidí hacer un directo en Instagram a ver quién
me hacía compañía mientras yo les contaba cómo me preparaba una hamburguesa con
todos los extras. Eso me terminó de arreglar el día.
Además, una amiga mía ha puesto
en marcha, junto con otro compinche suyo, la iniciativa Terapia para los sentidos confinados, tanto en Facebook como en Youtube o Instagram, en la que algunos amigos leemos versos o
fragmentos de obras propias o ajenas para que ellos le pongan una imagen chula y
un fondo musical. Me he viciado a eso y llevo varios días enviándoles audios
gustándome con mi voz. Hoy me han publicado esta obrita titulada Quizá nos toque correr:
Quizá nos
toque correr para huir del recuerdo de las promesas pasadas. Quizá nos toque
correr esquivando las avalanchas sucesivas de futuro que se precipitan sobre
nosotros y sobre esas promesas. Quizá nos toque correr hacia las fauces de ese
porvenir, monstruo cruel que muta de forma inesperada e involuntaria desde
sonrisa de niño feliz a tachones en el calendario y otra vez hacia vejez
dorada, o quién sabe si responsabilidades en forma de desagües que desatascar
un domingo por la mañana entre el desayuno y el vermú.
Quizá nos
toque correr delante de nosotros mismos, haciendo equilibrismos sobre el filo
invisible del presente. Quizá no seamos más que una marathon sin final tras
sueños desvanecidos hacia una meta que tiende a lo que nunca fuimos.
Quizá.
Sí, está basado en una frase de
la canción Copacabana de Izal, y recuerdo que empecé a escribirlo en mi
cabeza estando en la ducha a finales de agosto de 2016, consecuencia de mi
verano de la Cobra (por las tres cobras en diferentes formatos que sufrí aquellos
meses).
Además, estoy en ver si escribo
un cuento en el que enlace los títulos de libros que tengo en casa, imitando así
algunos vídeos que están circulando por las redes. Que la creatividad no falte,
aunque sea usando modelos de otros.
Finalmente, la anécdota del día
ha sido encargar por internet unas orquídeas para enviarlas a una amiga que hoy
cumple años. Hemos conseguido, los regalantes,
que la regalada haya estado llorando por partida doble (sus compañeros de
trabajo se nos adelantaron y le llegó un ramo de flores 20 minutos antes que
nuestras orquídeas). Ahora que los sentimientos están a flor de piel, conseguir
que alguien vierta lágrimas de alegría porque le decimos que la queremos, que es
especial para nosotros y que seguimos cerca de ella, ayuda a depurar y a
liberar presión. Son lágrimas que limpian los malos rollos que nos atosigan desde
las noticias, que nos recuerdan que no estamos solos.
Yo me haría un sándwich de
Nocilla para celebrarlo… Pero merendaré otra manzana.
David 29 – Nocilla 0
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