MIÉRCOLES 22 DE ABRIL
Pues ya está, al final me lesioné
con el ejercicio, en el último minuto, que ya es de coña. Estaba haciendo la
última tanda de ejercicios, espoleado por el «¡Vamos campeona, tú puedes
guapísima!» de la youtuber con la que me ejercito cada día: unos saltos con
sentadilla. Me quedaban apenas unos veinte segundos para terminar la sesión del
día, y de repente el gemelo izquierdo ha dicho que como broma estaba bien. A
ver si remite, porque tengo recuerdos de ese dolor, de esa lesión que a veces,
en tiempos no muy remotos me ha hecho caminar raro (ahora que pienso, recuerdo
haber soñado hace unos días con el Ministerio de Andares tontos de los Monty Python). Y creo
que no durará más de un par de días. Hoy me estoy tocando más de lo habitual
(solo el gemelo, lo otro poco, menos de lo esperado) a ver si el masajeo me
ayuda a relajar.
Tendré que seguir haciendo
ejercicio de alguna manera porque si no, me veré obligado a reducir mis menús,
que en general tampoco es que coma demasiada cantidad. Los primeros días del
confinamiento bajé de peso y quise creer que era porque ya no estaban en mi
menú las patatas fritas del segundo plato de la cafetería de la Facultad de
Medicina de la Autónoma, que es donde comía siempre, al lado de las torres del
norte de la Castellana de Madrid. Pero una amiga me dijo que no me hiciera
tantas ilusiones, que seguramente eso era porque había perdido masa muscular. Aunque
dudo que en una semana perdiera un kilo de músculo. El caso es que después de
tres semanas de ejercicio vuelvo a pesar lo mismo que cuando comenzó el
confinamiento, y en contra de lo que me dijo hace un par de días un amigo, me
noto más barrigudo. Me engaño a mí mismo y me digo que eso es porque los abdominales
están empujando desde dentro a la capa de grasa que como buen cetáceo me
recubre para nadar en verano en las aguas frías de la piscina no soleada de mi
urbanización.
El caso es que hoy me he hecho
una berenjena rellena con carne de ternera y una salsa de pimiento rojo y
verde, cebolla roja, tomate, tomate seco aliñado, ñora picada, champiñón y la
propia berenjena, todo al vino, que vamos, salivando desde el comienzo… Realmente
la única grasa de este plato venía en el queso que le he puesto por encima para
meterlo al horno.
En los aplausos de ayer fui
consciente de que la señora mayor con problemas de movilidad al aplaudir no me
saludaba a mí la semana pasada tal y como conté, sino al bebé de mis vecinos,
el que ha llorado el 50% del tiempo desde que nació. Ayer todos los vecinos del
edificio de enfrente sonreían y saludaban a la ventana contigua a la mía, desde
la que sólo veía asomar las manos de la madre del bebé. Entiendo que no todos
son parientes o amigos de mi vecina (ni la petarda ni la que mola, la del bebé
llorón), así que tenían que estar saludando por fuerza a la pequeña fiera. Si
supieran que realmente es un mini monstruo que ha atormentado a sus padres
durante meses (ahora ya no llora tanto), no le sonreirían tanto…
Y por último, he recuperado la
lectura: Crematorio de Rafael
Chirbes, con un inicio muy intenso. Normalmente leo solo en verano, en la
piscina, mientras que durante el invierno pierdo el tiempo en cualquier cosa en
lugar de aprovecharlo con un libro entre las manos. En contra de la opinión generalizada
de que nos sobra el tiempo y hay que hacer cosas para no aburrirse durante esta
pandemia, yo no he tenido aún demasiado tiempo para ponerme a leer o ver películas
y series. Creo que he dedicado más mi tiempo a las relaciones sociales, principalmente
el teléfono, cosa que hace un mes hubiera sido impensable en mí. Y estoy
contento al descubrirme capaz de hablar por teléfono durante más de una hora, durante
varios días, con alguien. Es ilusionante en tiempos de la pandemia.
David 35 – Nocilla 0
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