domingo, 19 de abril de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: A propósito del mirlo


DOMINGO 19 DE ABRIL


¿He dicho que me gustan los mirlos? Es quizá el animal que más veces he mencionado en mis relatos. Oscuros y misteriosos en sus paseos por los parques, de repente emprenden vuelos espasmódicos con un canto ajetreado, o se persiguen por los bajos de la urbanización donde vivo. Ahora mismo es el canto más bello de todos los pájaros que se escuchan desde mi ventana: gorriones, alguna tórtola, gaviotas de tanto en tanto… Por cierto, ayer a la hora de los aplausos vi una cigüeña sobrevolando los tejados del barrio, más arriba que las golondrinas o vencejos, imagino que iría siguiendo el curso del Manzanares hacia el sur.

Pero volvamos a los mirlos: tengo una amiga uruguaya, que conocí hace muchísimos años, allá por el comienzo de nuestra vida en internet. Firmaba sus correos como Rima del país de los pájaros pintados, y hace unos pocos años ella y su pareja hicieron escala en mi casa en Madrid durante un viaje de couchsurfing que estaban haciendo por media Europa. Después de eso volvió un par de veces más por aquí, ya soltera, como escala de otros viajes más largos que la han llevado hasta Oriente Medio e Irán. Es una nómada digital que puede permitirse vivir viajando. Tan solo necesita un portátil y una conexión a internet para ganarse la vida. Además turistea haciendo didácticas publicaciones en sus redes sociales sobre el día a día de los lugares que visita, y con conocimiento de causa porque siempre se aloja en casa de locales. La eclosión de la pandemia le ha pillado en Jerusalén, y está allí conviviendo con un árabe secular que se ha convertido, según me contó, en una suerte de marido circunstancial mientras dure el confinamiento.

Pues bien, ayer estuve un rato hablando con ella a propósito de un mirlo cantando del que subió un vídeo a su Instagram (en Uruguay no hay, y no es guay… -vale, intentaré no hacer más chistes como este…-). Se había confundido de animal y le había llamado de otra manera. La saqué del error, y ya aprovechamos para contarnos un poco por whastapp nuestras vidas, lo de su «matrimonio de conveniencia», mis enamoramientos y cuitas sentimentales, la nota de despedida que me dejó la vez que más tiempo se quedó aquí y que encontré ayer removiendo los libros para el vídeo del que hablé hace un par de días, mis 37 días de confinamiento y cómo llevábamos cada uno esta historia... Ella me dijo que había tenido la oportunidad de haberse quedado sola en casa de un señor judío que la estaba alojando y que se iba a cuidar de su madre, pero que le hubiera dado un mal si se queda tanto tiempo ella sola y que prefirió compartir la reclusión con el árabe secular al que había conocido unos días antes por Tinder. Una apuesta arriesgada que le está saliendo bien. Sin embargo yo le expliqué que ni de coña me habría ido a compartir vida ahora con alguien de quien no estuviera seguro al 100% porque estoy demasiado bien solo, y le dije que me he descubierto como un tipo solitario con grandes dotes sociales. Su respuesta fue esta:



Ahora resulta que una joven uruguaya que pasó una semana como invitada en mi sofá me había calado mucho antes que yo a mí mismo… Cuánto nos queda por saber.

Y por ver… Por ejemplo, quién me hubiera dicho hace años que para no aburrirme durante una pandemia global haría directos en una red social mientras preparo la cena, muy Fahrenheit 451, es cierto; y que mi tía Carmen a sus sesenta y tantos me llamaría crack mientras me ve desde el sofá de su casa a 430 km de distancia. Si algo bueno tienen las redes sociales, al menos para los que nos alejamos hace años físicamente de nuestros entornos, es que han servido para volver a estar cerca, independientemente de la parte distópica que siempre pueda tener el Gran hermano.

Hoy por ejemplo he hecho un televermú con uno de mis consejos de sabios: Silvia y Sergio, desde sus casas, y en un rato nos hemos puesto al día. Además, Sergio me ha hecho la siguiente reflexión: viendo un partido de fútbol de 1980 en Teledeporte se dio cuenta que había otros a los que el confinamiento les estaba haciendo más daño que a él. Le insisto en que debería publicar sus reflexiones diarias, sus pequeñas píldoras sobre todo esto. Durante su periodo como cocinero en Seúl hace unos años compartió unas cuantas joyas sobre sus impresiones con los coreanos, cosas que servían para continuar cerca de él de alguna manera.

Sobre el resto de mi cotidianidad, algunos flashes informativos del domingo:
  • Mi vecina petarda no está, o se ha muerto, porque ya no la escucho al teléfono como las primeras semanas.
  • Hoy, por fin, la Youtuber del ejercicio se ha acordado de mí y ha dicho «¡Muy bien, campeona…! ¡O campeón!». En serio, me he venido arriba pensando que me sonreía exclusivamente a mí.
  • Está tronando a base de bien… Otro día sin limpiar las ventanas.
  • Si llevo más de una semana sin salir de casa, ¿por qué hay tanto polvo en el suelo? Tengo que barrer todos los días… Cuando no estaba encerrado en casa no lo hacía…
Mañana quizá tenga que trabajar, que no todo va a ser jijí jajá en la vida del confinado.


David 32 – Nocilla 0




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