LUNES 27 DE ABRIL
«Algo que olvidamos: España no es
Twitter, afortunadamente».
Se lo leí ayer a Ramón
Lobo, periodista que fue corresponsal de guerra y que al contrario
que a otros de apellido impronunciable a los que se les ha ido la pinza, es un opinador en general comedido y cabal en
base a su dilatada experiencia.
Todo esto viene a propósito de
las cuatro imágenes (o diez, lo mismo me da) que circularon ayer envueltas del
ruido y la furia de aquellos que ven que los comportamientos incívicos retratados
de padres que salían con sus hijos, sin respetar las reglas necesarias para
evitar la trasmisión potencial del maldito virus, iban a ser motivo para prolongar
el confinamiento.
Cuatro imágenes (o diez, me
vuelve a importar lo mismo) no representan la extensión ni la población del
segundo país más grande de Europa Occidental, con 47 millones de personas. Pero
hicieron mucho daño. Y causaron más desánimo. En serio, ¿era necesario que
todos los que os indignasteis por esas cuatro imágenes (o diez, que me importa
un carajo), que son totalmente reprochables, las compartierais en vuestras
redes soltando pestes y convirtiendo esos casos, seguramente particulares, en
categoría?
Mención aparte para los idiotas
que han visto esto como una clara jugada maestra del gobierno socialcomunista
para justificar mantener el confinamiento con un oscuro propósito de autogolpe
de estado.
El caso es que ayer, la enfermera
desconocida que me cuenta de tanto en tanto cómo vive esto, estaba desmoralizada
porque teme que el próximo sábado 2 de mayo va a salir todo el mundo a la calle
en plan fiesta y por tanto el trabajo que han hecho hasta ahora, jugándose su
propia vida, no va a servir para nada. Esas sensaciones están motivadas
precisamente por las imágenes que circularon ayer. Y no, no es hora de
desmotivar a quienes están haciendo la parte más dura de esto.
Bastante tiene con lo que se
enfrenta a diario. Ayer me contó que lleva dos noches sin dormir, y que además
tuvo que llamar al sacerdote del hospital para que le diera la extremaunción a
un paciente. Nunca ha fallecido nadie en su turno, pero tenía un enfermo que temía
que no iba a superarlo, y por eso llamó al cura tras haber consultado con la
familia. Cuando se incorporó por la mañana le confirmaron que falleció durante
la noche, y me contó que ella y otros auxiliares estuvieron rezando con el
sacerdote dando el último adiós al paciente.
No soy creyente, me desnudé de fe
a los 14 años, y durante todo este tiempo (casi tres décadas) he reflexionado
mucho sobre la fe, la religión y las Iglesias. Siempre he sido muy beligerante,
y lo seguiré siendo, contra la intromisión de la religión como institución
humana en la vida de las personas, contra la intención de obispos, rabinos e
imanes de influir en las leyes y formas de gobierno; y aunque también intento exponer
muchas veces los motivos de mi Razón contra la Fe (tenemos suficientes
conocimientos de antropología, teología, sociología, psicología, historia,
física, química, biología, astrofísica como para saber que los ritos del rezo
de viernes, el Sabbath o las misas de los domingos y toda la parafernalia que
rodea la plasmación de la fe, no son más que una invención humana que poco o nada
tienen que ver con la existencia de un ser superior que haya creado este mundo
infinito, y que además nos escuche en nuestra ínfima importancia); digo que a
pesar de eso, si alguien cree, es improbable que la Razón tumbe a la Fe. Y ayer
le decía a la enfermera desconocida que mi no creencia no significa que no me
parezca un gesto precioso lo que hizo: acompañar a esa persona en sus últimos
momentos de la forma en que su familia hubiera querido, es algo que no forma
parte de sus obligaciones, como agarrar de la mano a los pacientes para que no
se sientan solos, pero lo hizo, y eso es bueno y bonito. Tiene el valor de la
esperanza que proporciona, tanto para ella como para de alguna manera a la
familia, que dentro del dolor ha encontrado un gesto que lo amortigua.
Desde mi agnosticismo y mi
apostasía le confirmé que si una cosa buena tiene una fe, es que está diseñada
para afrontar esto, para encontrar un sentido al horror de la vida en tiempos
difíciles. Y le animé a que ella que puede como creyente, utilice esa
herramienta, por muy dura que sea la realidad, porque en la religión tiene
respuestas contra el desánimo causado por esas cuatro imágenes (o diez, que
insisto en que da igual). No es el momento de sembrar la duda en nadie, es el
momento de actuar. El análisis tendrá que venir luego.
Por tanto, no me han
desmoralizado esas cuatro imágenes, a mí lo que me desmoraliza es la
insistencia en la estupidez y en la inquina, el ruido y la furia. Pero por
fortuna parece que esa epidemia de estulticia está bastante acotada y es poco
infecciosa, por lo que veo en mis redes: están los idiotas de siempre, los
crónicos que no dudan en retratar su estupidez y falta de perspectiva
permanente, y luego algunos que caen en casos puntuales con contagios pasajeros
de furia infantil. Por favor, ahora guardaos vuestra furia, contad hasta diez,
pensad si exponer vuestro enfado sirve solo para vuestro propio alivio o si va
a ayudar a alguien. Y ya luego compartís o no. Usad un poquito la cabeza antes
de ejercer vuestra libertad de expresión.
Y hablando de todo un poco, hoy
he vuelto a hacer ejercicio con cierta intensidad (50 minutos además) y mi
gemelo izquierdo no se ha quejado después de los últimos días de estiramientos
y manipulaciones solitarias (del gemelo…).
Entre eso y que hoy he aprovechado
el relleno que me sobró para las berenjenas del otro día como salsa para unos
macarrones, pues estoy orgulloso de mí mismo y mi capacidad de intendencia
hogareña. Incluso estoy bebiendo menos cerveza de la esperada. Tenía programada
para mañana mi próxima salida al súper, pero no sé si alargarla un poco (lo
estudiaré, que el viernes es festivo y como lo retrase me encontraré mucha gente
el jueves).
La luz de la cocina ya tal (como
diría el marchador).
Según pude ver no creo que fuera algo tan minoritario. En mi pueblo no tardaron en circular imágenes por las redes de varios grupos de personas que se estaban bañando en el río con su neverita y todo, y justo delante de mi casa observé que la mayoría iba con sus niños en pareja y no en solitario como debería. Y qué decir de la chica a la que le escuché gritar que había quedado con las amigas en la calle de arriba...
ResponderEliminarEn lo personal, puedo decirte que tengo algunos familiares que son médicos y que están bastante indignados. Obviamente, temen que todo el sacrificio que han hecho hasta ahora no haya servido para nada por culpa de esos irresponsables, y visto lo visto no les falta razón. Es como si, después de todo lo vivido, siguieran sin tomarse en serio la situación.
Un saludo.
Gracias por tu comentario.
EliminarQuiero creer que no somos tan inconscientes como sociedad, o que en todo caso el ruido montado durante todo el domingo haya servido para que los infractores hayan recapacitado y que dentro de una o dos semanas no haya un repunte atribuible a esta primera salida de los niños.
Saludos.
Sí, yo también quiero creer que es cosa de los primeros días.
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