SÁBADO 11 DE ABRIL
Llevo unas 70 páginas de este
diario, incluyendo los saltos de página. Si me tomara en serio lo de escribir
la segunda parte de mi novela juvenil y le dedicara el mismo tiempo que a esta
crónica personal, y sin interés alguno, de cómo estoy viviendo el
confinamiento, iría por casi la mitad de la historia… Procrastinator summum.
Ayer no conté que retomé con más
fuerza si cabe el ejercicio. Como voy con retraso respecto de un calendario que
me pasaron diferentes amigas al comienzo de esta historia, en el que cada día
tiene un enlace a un vídeo de Youtube en el que una gimnasta entusiasmada me
llama campeona y guapísima, pues ayer decidí hacer dos sesiones. No recordaba
haber tenido nunca agujetas en los glúteos… Si no salgo duro de esta ya me
contaréis, me quedo en fofo, o fofisano, para siempre.
Debido a que estoy siendo aplicado
en esto y he regresado a las clases de gimnasia, esta mañana he decidido no cometer
el error de la semana pasada cuando fui andando al súper y volví cargado como
una mula (las agujetas en los hombros me duraron tres días). Como ya hago
bastante ejercicio en casa, he ido a hacer la compra en la moto. Así recargaba
la batería y movía un poco el motor (también bajé ayer al garaje e hice esa
actividad de señor mayor de tener el coche unos diez minutos con el motor en
marcha, además de moverlo medio metro para que los neumáticos no se deformen de
estar siempre en la misma posición). Pues bien, con el carro ya casi cargado,
de repente acudió a mi mente el recuerdo de la cartera, con las tarjetas, en la
mesa del salón. ¡Oh, horror! Sudor frío. ¡Había madrugado un Sábado Santo para
pillar el mínimo de cola posible en la puerta del súper y ahora cabía la
posibilidad de tener que regresar! Me dije «Tranquilo, puedes pagar con el
móvil, activa el dispositivo NFC y todo arreglado». Pero no iba a ser tan
fácil. Por lo que sea, esa funcionalidad que hace meses sí me permitía hacer el
pago con el móvil hoy no me ha servido, con lo que he tenido que poner cara de
cordero degollado y pedir a la cajera que me guardara ese carro de 110 €
mientras volvía a casa a por la cartera. Que por cierto, también veía que iba a
ser complicado cargar todo eso en la moto… Así que en cierto modo me ha venido
bien ir a casa y regresar al súper en coche. Sólo dos segundos antes de abrir
el maletero para meter la compra me he dado cuenta de que hace justo un mes, el
11 de marzo, cargué el coche para iniciar mi mudanza nonata a Elche, con lo que
he tenido que apañar la compra en el asiento trasero.
Vale, no es una gran anécdota
esta pequeña catástrofe personal de baja intensidad, pero tampoco se puede
pedir más si estamos todo el día en casa… Que bastante trascendente me he puesto
en este diario a lo largo de la semana. Había que descargar un poco.
Pero a propósito de lo del súper,
hoy mi amiga Marta nos contaba desde Elche en un grupo de Whastapp que su
salida a hacer la compra le ha parecido triste: poca gente, con la cabeza
gacha, miradas esquivas y esa sensación de estar apestados. Y en general es
así, las veces que he salido estos días, el entorno de glorieta de Pirámides en
Madrid parecía domingo por la mañana sin haber salido el sábado, es decir, un
domingo temprano. Aunque como hoy había más gente, imagino que porque llevamos
dos festivos seguidos, no me ha parecido todo tan crepuscular como en las
ocasiones anteriores en las que he salido a hacer la compra. Pero es cierto que
en el súper se da lo que he decidido bautizar como la coreografía del supermercado: movimientos impregnados de acciones
evasivas en el pasillo de los lácteos, rodeos premeditados por la perfumería,
paradas y arranques súbitos al final de la sección de cerveza, todo encaminado
a esquivar a quienes se te aparecen de repente al final del pasillo, los que se
paran inopinadamente frente a la charcutería, o esa gente que se tira más tiempo
del necesario bloqueando los lineales de vino porque no se deciden. ¡Chico,
pilla el más caro, que no te estás gastando un duro en bares!
Un par de síntomas de esta
aprensión que nos está dando al contacto los he vivido esta mañana en el súper:
- Me he encontrado
con un vecino de mi urbanización, con el que solo nos saludamos en verano
cuando coincidimos en la piscina, ya que el resto del año apenas nos
cruzamos. He estado hablando un rato con él, lo típico de qué tal estáis,
teletrabajáis o tenéis que salir, a ver cuánto dura… y todas esas cosas.
Pues bien, me he descubierto que sin que él se moviera y aunque teníamos
un par de metros de separación, yo iba poco a poco retrocediendo, hasta
quedar arrinconado contra los pañales. Cualquiera podría decir que me he
cagado…
- Ya en
el tramo final de la excusión, cuando solo me quedaban la fruta y la verdura,
he llegado a agobiarme porque las manos empezaban a sudarme, los guantes
se me rompían, no conseguía ponerme otros sin que se me atascaran los
dedos y el plástico se pegara a mi piel húmeda, ¡y había mucha gente allí
que no guardaba las distancias! ¡Quería irme a mi casa!
En serio, necesitamos salir de nuevo
a tocarnos con naturalidad y dejar de ser unos náufragos, cada uno en su propia
balsa, como he escuchado decir esta mañana a Coque Malla en la radio. Que por
cierto, hablando del mar, mientras escribo esto junto a la ventana abierta de
mi habitación, escucho a lo lejos unas gaviotas graznar. Andarán por el
Manzanares (ese donde Sabina no se imaginaba patos en su Así estoy yo sin ti), y por unos
minutos me hacen sentir la ilusión de que hay un puerto de mar ahí detrás.
Más tarde, en el mismo programa
de radio, el A vivir que son dos días
de la SER, la humorista Virginia Riezu ha hecho un análisis
interesante sobre lo que va a pasar en el «mundo solteros» cuando esto termine.
Como preámbulo, hace unas semanas yo defendí aquí mismo que dentro de unos meses
habrá sendos picos de natalidad: el de las parejas que se han quedado juntas en
el confinamiento, y luego más tarde el de los solteros inconscientes que
saldremos de casa como el toro de toriles. Además, hoy le contaba a otra amiga,
en cuya casa son cinco miembros, que yo no lo llevaba mal, que estaba disfrutando
de mi intimidad, mi tiempo, y le he confesado que a veces incluso me siento mal
por llevar esto tan bien; en línea con la defensa que ha hecho Virginia Riezu hoy
de las ventajas de estar en casa sola, sin tener que convivir con una pareja
con la que acabará mal por no tener su espacio de intimidad. Y ha previsto,
como muchos, la oleada de divorcios que habrá dentro de poco. Y entonces… Sí, entonces
será cuando los solteros veteranos estaremos esperando, con nuestra escopeta de
la seducción cargada, a todos esos solteros novatos que saldrán ahí fuera como
cervatillos asustados.
El riesgo estará en quedarse
embarazados con un soltero novato, que haya cometido previamente el error de
quedarse embarazado en una relación fracasada durante el confinamiento. ¡Ojo
ahí!
Es una advertencia que doy desde
aquí a uno de mis madurescentes (un pequeño grupo de Whastapp que tengo con un
par de amigos), que tiene el Tinder que le arde y que es todo un partidazo…
Chicas que leéis este diario, os puedo presentar al hombre de vuestras vidas:
comida sana, deportista, muy salao,
vida resuelta, guapete, serio y formal. Para más información, pregunten en los
comentarios de abajo (advierto, esta oferta no va para ti, con la que hablo a
menudo por Whastapp).
David 24 – Nocilla 0
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