MARTES 21 DE ABRIL
No sé cómo es un martes por la mañana
en mi barrio porque hasta que llegó el Fin del Mundo mis martes por la mañana se
ubicaban en edificios de oficinas, sometido a una rutina que no siempre es de
mi agrado. Así que esta mañana, cuando al salir a comprar después de diez días
he visto que la calle no estaba muerta, pero no sabía si era mucha menos
actividad o la misma que cualquier otro martes en el que una pandemia no nos
atenaza. Es cierto que el hecho de que al lado de casa se hayan retomado las
obras de demolición del Calderón y de urbanización del solar de la antigua
fábrica de Mahou, dan una sensación engañosa de normalidad. También había más
tráfico que en las ocasiones anteriores en las que he salido, pero el súper
estaba más tranquilo y no he sufrido ningún momento de parraque en la sección
de fruta y verdura, como los agobios pasajeros de semanas anteriores.
Intento no caer en el
aprovisionamiento excesivo en el que incurrió tanta gente los primeros días del
confinamiento, con aquella locura del papel higiénico, los huevos, después el
alcohol y finalmente la harina. En todos esos productos he ido siempre a
remolque, llegando tarde, aunque por fortuna sólo tuve que postponer el vicio
del vermú los dos primeros fines de semana además del antojo de hacerme una
pizza casera (que hace años que no las preparo). Pero al final tuve para
hacerme el vermutito, y hoy he comprado harina para cocinar alguno de estos
días una pizza (ni de coña pienso lanzarme a la tontuna colectiva del pan
casero).
Y todo esto venía solo porque
aunque intento no hacer acopio excesivo (mi cocina no da para guardar muchas
cosas), el hecho de querer espaciar lo máximo las salidas a la calle no siempre
es compatible con las fechas de caducidad de algunos alimentos, sobre todo
cuando algo se te queda sepultado al fondo de la nevera bajo otros productos y
lo descubres una vez que ha pasado su fecha de caducidad. Hace una semana me
comí una bandeja de sushi pasado un día, y hoy un par de hamburguesas que han aparecido
sorpresivamente varios días después de su fecha. En plan trampa de cocina francesa
las he acompañado de una guarnición de cebolla roja, pimiento y champiñones; en
una salsa de vino y soja con guindilla, cociendo además las hamburguesas en esa
salsa. Si había algo malo en la carne, o lo he matado o he pasado la digestión
indemne.
Además, como dije ayer, hoy he
tenido mi sección de Radio Elche, que podéis escuchar AQUÍ: VAMOS, PINCHA SIN MIEDO, en la
que he hablado de un variadito de temas con la excusa de que hoy es mi día 40
de confinamiento (ya es una cuarentena)
y dentro de dos se celebra el día de libro.
No os lo creeréis, pero para
preparar los contenidos de esta sección ayer busqué dónde estaba Philleas Fogg
en el día 40 de su vuelta al mundo en 80 días y calculé los kilómetros del
viaje (unos 40.157) para ver en qué punto se localizaba la mitad de su
recorrido (20.079 km). Y descubrí que Verne cuadró perfectamente la mitad del camino
físico con la mitad del temporal. Eso se dio en el vapor Carnatic frente a las costas japonesas en el trayecto entre Shangái
y Yokohama (aunque Passepartout, el criado, ya esperaba a Fogg y Aouda en Japón
por la sucia maniobra del agente de policía Fix).
Yo lo haría...
Por tanto he releído algunos
fragmentos de La vuelta al mundo en
ochenta días y he fantaseado con ese viaje. Y es que estos son días de fantasear
con el tiempo de después. No pasa nada si nos dejamos mecer por la ilusión y
nos entretenemos pensando dónde ir y con quién una vez que podamos hacerlo. Yo,
como si fuera Robin, me iría muy a gusto de paseo con Batman, a Gotham o donde
nos lleve le batmovil.
David 34 – Nocilla 0
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