martes, 21 de abril de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: La media vuelta al mundo en 40 días.


MARTES 21 DE ABRIL


No sé cómo es un martes por la mañana en mi barrio porque hasta que llegó el Fin del Mundo mis martes por la mañana se ubicaban en edificios de oficinas, sometido a una rutina que no siempre es de mi agrado. Así que esta mañana, cuando al salir a comprar después de diez días he visto que la calle no estaba muerta, pero no sabía si era mucha menos actividad o la misma que cualquier otro martes en el que una pandemia no nos atenaza. Es cierto que el hecho de que al lado de casa se hayan retomado las obras de demolición del Calderón y de urbanización del solar de la antigua fábrica de Mahou, dan una sensación engañosa de normalidad. También había más tráfico que en las ocasiones anteriores en las que he salido, pero el súper estaba más tranquilo y no he sufrido ningún momento de parraque en la sección de fruta y verdura, como los agobios pasajeros de semanas anteriores.

Intento no caer en el aprovisionamiento excesivo en el que incurrió tanta gente los primeros días del confinamiento, con aquella locura del papel higiénico, los huevos, después el alcohol y finalmente la harina. En todos esos productos he ido siempre a remolque, llegando tarde, aunque por fortuna sólo tuve que postponer el vicio del vermú los dos primeros fines de semana además del antojo de hacerme una pizza casera (que hace años que no las preparo). Pero al final tuve para hacerme el vermutito, y hoy he comprado harina para cocinar alguno de estos días una pizza (ni de coña pienso lanzarme a la tontuna colectiva del pan casero).

Y todo esto venía solo porque aunque intento no hacer acopio excesivo (mi cocina no da para guardar muchas cosas), el hecho de querer espaciar lo máximo las salidas a la calle no siempre es compatible con las fechas de caducidad de algunos alimentos, sobre todo cuando algo se te queda sepultado al fondo de la nevera bajo otros productos y lo descubres una vez que ha pasado su fecha de caducidad. Hace una semana me comí una bandeja de sushi pasado un día, y hoy un par de hamburguesas que han aparecido sorpresivamente varios días después de su fecha. En plan trampa de cocina francesa las he acompañado de una guarnición de cebolla roja, pimiento y champiñones; en una salsa de vino y soja con guindilla, cociendo además las hamburguesas en esa salsa. Si había algo malo en la carne, o lo he matado o he pasado la digestión indemne.

Además, como dije ayer, hoy he tenido mi sección de Radio Elche, que podéis escuchar AQUÍ: VAMOS, PINCHA SIN MIEDO, en la que he hablado de un variadito de temas con la excusa de que hoy es mi día 40 de confinamiento (ya es una cuarentena) y dentro de dos se celebra el día de libro.
No os lo creeréis, pero para preparar los contenidos de esta sección ayer busqué dónde estaba Philleas Fogg en el día 40 de su vuelta al mundo en 80 días y calculé los kilómetros del viaje (unos 40.157) para ver en qué punto se localizaba la mitad de su recorrido (20.079 km). Y descubrí que Verne cuadró perfectamente la mitad del camino físico con la mitad del temporal. Eso se dio en el vapor Carnatic frente a las costas japonesas en el trayecto entre Shangái y Yokohama (aunque Passepartout, el criado, ya esperaba a Fogg y Aouda en Japón por la sucia maniobra del agente de policía Fix).




Yo lo haría...

Por tanto he releído algunos fragmentos de La vuelta al mundo en ochenta días y he fantaseado con ese viaje. Y es que estos son días de fantasear con el tiempo de después. No pasa nada si nos dejamos mecer por la ilusión y nos entretenemos pensando dónde ir y con quién una vez que podamos hacerlo. Yo, como si fuera Robin, me iría muy a gusto de paseo con Batman, a Gotham o donde nos lleve le batmovil.


David 34 – Nocilla 0


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