MIÉRCOLES 8 DE ABRIL
Para que no me pase lo de ayer,
eso de que a mitad de noche se te ocurra una idea genial (o que tú lo creas en
tus ensoñaciones) de la que no te acuerdes por la mañana, y tras el consejo de
una amiga de que tenga siempre en la mesita de noche una libreta con boli para
ir apuntando lo que se me pase por la cabeza cuando despierte, he optado por
algo más tecnológico: me he creado un grupo de Whastapp conmigo mismo usando
los dos números que tengo, el personal y el del trabajo. Así, con uno de los
dos teléfonos siempre a mano, puedo ir recordándome lo que se me vaya
ocurriendo. Pues nada, un problema más solucionado entre de las grandes
preocupaciones de un ocioso. Seguro que ya no se me vuelve a ocurrir nada
ninguna noche
Recuperando el tema de la
limpieza, sigo pensando en las ventanas. En serio me he hecho el propósito de limpiarlas
después de cinco años sin tocarlas, pero entre que aún no consigo encontrar el
tiempo y que no dejan de pasar cada dos o tres días los frentes atlánticos que
traen lluvia haciendo que esta primavera mesetaria sea la típica primavera
inestable, de días frescos y días cálidos, pues ahí están los cristales sin
limpiar. Qué problemón, ¿verdad? Sin embargo hoy la enfermera desconocida con
la que hablo de tanto en tanto me ha contado sus problemas reales desde una
UCI: deshidratada, con dos batas, dos mascarillas, doble guantes, pantalla…
Regresa reventada todos los días a casa pero satisfecha por el trabajo hecho. Y
me habla de sus pacientes por sus nombres.
Problemas de primera línea en los
que algunos se juegan la salud para que otros podamos decir que hay que ver con
los cristales y que si patatín, que si patatán…
Le he lanzado la reflexión de que
quizá por esta sobreprotección física que es necesaria ahora (reconozco que voy
al súper con cierta aprensión), nos estamos «desnudando» un poco más en lo
emocional. Y que qué ganas vamos a tener de «desnudarnos» en lo físico cuando
esto acabe, tocarnos, sonreír de cerca, oler...
Por fortuna, y a pesar de la
situación, esta enfermera desconocida, que también escribe muy bien, no pierde
la perspectiva en medio del Apocalipsis y me responde lo siguiente:
El olor a amor recién
hecho
A agua de ducha en
compañía
Y a sábanas revueltas
A besos con café
Y en el fondo
Copas de vino
Y la chimenea
ardiendo
Esto me recuerda, nos debe
recordar, que toda la gente que está ahí luchando contra el virus no son sólo números
de recursos humanos del sistema sanitario, sino que son personas con sus anhelos,
que hablan de sus pacientes por sus nombres, gentes que después de cada día
regresan a casa pensando en el después de todo esto para que no les hunda la
situación a la que se enfrentan a diario. Y esto vale por sanitarios,
transportistas, quienes trabajan en alimentación, cuerpos de seguridad, servicios
sociales, limpieza… Tengo amigos y familiares en casi todos los sectores que no
han parado, y sin duda se merecen no solo nuestro aplauso, sino un descanso por
el trabajo extra y en riesgo que están desempeñando.
Pues eso, volveremos a tocarnos.
Mientras tanto seguimos en casa. Paso
bastantes ratos junto a la ventana, en mi escritorio, y a veces temo haberme
convertido en policía de balcón porque no puedo evitar mirar quiénes se mueven
ahí abajo: principalmente paseantes de perro y quienes van a la compra. Pero
hoy he visto a un señor con movilidad reducida que se paseaba lentamente,
recorriendo el pequeño jardín que rodea el edificio de enfrente. El señor, con
mascarilla y paso torpe, se ha dedicado a recortar hojas de los arbustos y
arbolillos del jardín, no me preguntéis para qué. Más tarde ha entrado al
callejón un coche de la Policía Nacional, haciendo una ronda por el parque de
atrás, y finalmente un camión del área de medio ambiente del Ayuntamiento.
El recolector
Es peligroso esto de los policías
de balcón que increpan a la gente sin saber realmente las circunstancias que
les hacen estar en la calle. Cuidado con ser parte del potencial aparato del
terror que los conspiranoicos y algunos imbéciles de extrema derecha ya están
viendo.
A propósito de esto, del aparato
del terror, me he acordado de cuando estudiaba la EGB y los profesores usaban el
miedo poniendo algún alumno a apuntar en la pizarra, o desde su pupitre, a los
que hablaran. ¿No es una técnica muy nazi? Pensado ahora, treinta años después,
lo veo como el papel de los judíos colaboracionistas en los campos de
concentración. A mí me tocó desempeñar esa función. Por más que insistiera en
que no quería ser delegado de clase, mis compañeros me votaron los tres últimos
años de EGB, desde los 11 a los 13 años, los muy hijosdeputa (desde el cariño, que sé que me apreciaban).
Recuerdo que una vez presenté la dimisión,
pero ni mi tutor Don Emilio ni la temible Doña Victoria aceptaron mi renuncia.
Uno de esos días en los que me tocó apuntar en una lista, como no tuve que
salir a delatar a los habladores a la pizarra, sino que recibí la instrucción
de apuntar las infracciones desde mi silla, decidí hacer una lista de la compra
en lugar de la de los doce del patíbulo. Es cierto que colaboré en el miedo
hacia mis compañeros porque me veían escribir, pero al menos no habría
consecuencias. Sabía que Don Emilio no me pediría la lista. Pues bien, Sarri, uno de los compañeros más
folloneros de clase, que incluso se ganó, o no, algún castigo físico en algún
momento, descubrió mi engaño porque quiso arrebatarme la lista en la que se
imaginaba apuntado. Cuál no fue su sorpresa al leer una compra imaginaria en
aquel papel… Recuerdo que sonrió con mirada inteligente de complicidad y
comprensión. No recuerdo que delatara mi estrategia entre los demás compañeros.
Le perdí la pista al Sarri, era un pieza y no frecuentábamos
los mismos circuitos en Elche. Pero años más tarde coincidíamos todos los
veranos en el Festival de Cine Independiente de Elche (o como se le conoce
allí, Los Cortos). 2003 fue el último
verano en el que pude asistir al festival y volví a perderle la pista, pero
hace unos pocos años hubo una noche de verano, entre semana, que no recuerdo
por qué acabé solo por Elche, y por casualidad terminé con él y su muchacha en
el Balboa, detrás de la basílica. Hoy
día nos seguimos en Instagram. Las redes sociales, tan útiles ahora mismo,
también sirven para recuperar otras vidas.
Por cierto, ¡qué ganas de un
sándwich de Nocilla!
David 21 – Nocilla 0
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