MARTES 14 DE ABRIL
En el capítulo anterior: Un buen día, o Agapimú…
Pues esta pasada madrugada, igual
que ayer, he vuelto a despertarme para ir al baño, a eso de las cinco, a la
hora a la que salen a faenar los pescadores del puerto de Santa Pola, como ya
comenté en este diario hace unos días. Y he vuelto a soñar con una canción. Estaba
en el coche, parado junto a un cruce, con algunos amigos, entre los que
recuerdo en el sueño a Alejandro Vicente de la EGB y del instituto, que ahora
vive en Granollers. En la acera, justo en el pico de la esquina, estaba Enrique
Bunbury, de espaldas. Y mis amigos y yo, para llamar su atención nos pusimos a
cantar Lady Blue, que como canción de confinamiento viene niquelada
porque habla precisamente de una tripulación confinada en algún módulo lunar o
nave espacial y en apuros. Bunbury, a unos cinco metros, pasó de nosotros.
Más tarde, justo al despertarme, estaba
soñando que me encontraba en un concierto de los Love of Lesbian con Zahara, y
que algunos nos decíamos que nos vendríamos arriba en cuanto tocaran el tema Algunas plantas. Y en efecto empezó a
sonar tocada por Zahara y nos pusimos a bailar como locos en el momento en el
que desperté. Imagino que esto es mezcla de los recuerdos del último concierto al
que fui, en diciembre con mi vecina (Iván Ferreiro con Zahara) y de las ganas
que tiene mi cabeza de salir de fiesta.
Habrá que ponerse en forma para
estar en condiciones y darlo todo en el primer concierto al que podamos asistir…
La rutina de ejercicio que he hecho hoy era una mezcla de baile y pesas. La
cachonda de mi «amiga», la youtuber
María Martínez, se ha marcado unos ejercicios con pesas de 3 kg. ¡3 kg!
¿Estamos locos? ¿De dónde saco yo algo de 3 kg en casa? La muy cachonda decía
en el vídeo que podíamos llenar botellas de agua con arena. Claro, el problema
es que no tengo botellas de plástico, ni voy a bajar al pipicán del parque de
atrás de casa a buscar arena. Lo que menos me hubiera preocupado es la multa, y
lo que más lo que pensarían los vecinos al verme recoger la tierra donde los
perros del barrio hacen sus necesidades.
He sustituido esas pesas de 3 kg
por tarros de vidrio de lentejas llenos de agua, más manejables que las
botellas de litro y medio que usé la semana pasada, por forma y por peso.
Vamos, me muero si tengo que hacer los ejercicios con 3 kg en cada mano.
En otro orden de cosas, mi gran
anécdota del día ha sido que he salido a la calle a tirar precisamente el
vidrio. Después de semana y media, la bolsa donde guardo las botellas,
botellines y tarros estaba a punto de reventar, así que he hecho mi pequeña
excursión al contenedor, que está frente a la puerta de mi edificio, al otro
lado de la calzada. Menuda fiesta de vidrio he montado. Había en la calle más
gente de la que esperaba: además de la cola en la panadería y algún furgón de
reparto junto a la empresa de mensajería que hay frente a casa, he visto a bastantes
personas en actitud de ir a comprar, sea cual sea la actitud de ir a comprar.
Recuerdo que en una de las
primeras entradas de este diario dije que los árboles del parque de detrás de casa
empezaban a reverdecer, y ahora mismo están ya en todo su apogeo. La primavera
rara de días de lluvia y días soleados avanza a buen ritmo sin importarle un
rábano que estemos encerrados en casa. Esta tarde incluso ha granizado en mi
barrio, aunque más ruido que nueces.
Esta especie de ciclotimia
meteorológica me viene muy al pelo para contar que a mi alrededor, entre mis
contactos, tengo amigos y amigas que me cuentan sus altibajos después de tanto tiempo
en casa, y yo les hablo de la relatividad de todo esto, de que dentro de la
gravedad, cada uno nos lo tomamos de una forma distinta debido no solo a las
circunstancias sino a cómo es cada cual; y me siento en ocasiones culpable por
no poder hacer nada más por ayudar a quien pasa por un momento de bajona, más
que ofrecer una línea de teléfono abierta.
Sobre la relatividad de cómo
vemos las cosas, anoche en National
Geographic estuve viendo el episodio semanal de la serie Cosmos, continuación de la que Carl
Sagan rodó hace ya cuatro décadas. Su actual presentador, Neil DeGrasse Tyson
(uno de los mejores bigotes de la ciencia internacional) contaba el caso de un médico
francés de mediados del s. XIX que hizo grandes avances en la comprensión de
cómo se relacionaba el cerebro humano con nuestra forma de ser. Este
científico, alguien muy avanzado a su tiempo, persona libertaria y comprometida,
no pudo evitar caer a pesar de ese pensamiento tan adelantado, en los clichés culturales
de su época en lo relativo a ideas raciales y de género. Neil deGrasse
explicaba que sería injusto juzgar con los parámetros de hoy en día a alguien
inmerso en otro contexto cultural, pero que aun así daba pena pensar que una
mente preclara no fuera capaz de abstraerse y ser capaz de darse cuenta de cómo
su forma de ver ciertas cosas entraban en contradicción con la ciencia. Y a
continuación deGrasse se preguntaba qué prejuicios culturales que hoy tenemos
por ciertos y que nos impiden avanzar socialmente o en la ciencia sin que nos
demos cuenta, serán considerados dentro de 100 años como evidentes por nuestros
bisnietos.
Pues bien, este relativismo creo
que es también aplicable a cómo nos sentimos cada uno de nosotros en cada
momento. Reflexionando sobre ello me ha ido viniendo a la cabeza una idea que
engarza precisamente con la relatividad con que cada uno vive las cosas:
Cuántas veces
me he creído roto, cuántas invencible, cuántas veces he estado seguro de todo y
en cuántas no tenía más que dudas, en cuántas ocasiones he tenido claro el
camino pero en cuáles estuve perdido, cuántas veces me rendí y cuántas me
obstiné infatigable frente a lo imposible, en cuántas fechas pensé eso, «imposible»,
y en cuántas me lo vi todo hecho, cuántas han sido las veces en las que me
desesperé y en cuántas otras veía la luz al final de un túnel, en cuántas
ocasiones me dije «no hay salida» y en cuántas me animé sabiendo de que una
forma u otra todo termina por diluirse en el recuerdo…
Todo, a nivel personal, si
abrimos la perspectiva hacia el futuro, e incluso repasando lo vivido, es tan
relativo que no merece la pena dejarse llevar por el desánimo. Pasado mañana
estaremos muertos, pero antes tenemos mañana y lo que nos queda del día. Y
hemos de disfrutarlo como sea (y lo dice un agnóstico que no le encuentra sentido a la vida, que piensa que es es una gran broma pesada).
Y si te quedas sin papel
higiénico, pues usas el bidé… Hoy se me ha terminado el último de los cuatro
rollos que me quedaban cuando comenzó el confinamiento, así que a partir de hoy
ya podré probar el papel acolchado de qualité
que pude comprar cuando cesó la fiebre del papel higiénico.
David 27 – Nocilla 0
No hay comentarios:
Publicar un comentario