SÁBADO 25 DE ABRIL
Los confinados no tenemos que preocuparnos
de planchar camisas, ni de afeitarnos, peinarnos o cortarnos el pelo. Bueno, esto
último es más bien una imposibilidad, puesto que no debemos salir a la calle
más que para lo imprescindible, y cortarse el pelo no es imprescindible, además
de que las peluquerías están cerradas. Cosa aparte son las parejas que se
atreven a poner a prueba sus relaciones mediante cortes de pelo caseros: algunos
pelazos han quedado un tanto esquilmados durante estas semanas. Yo, en mi
soledad, dejo que las greñas del cuello sigan creciendo a lo lobezno.
Y luego el tema de la ropa: estos
días estoy vistiendo a lo Sheldon Cooper: sudadera y camiseta encima, para
poder ir de manga larga en esta primavera ciclotímica y mesetaria pero luciendo
las camisetas que más me gustan. Suelo decidir qué camiseta me pongo cada día
en función de las posibles videollamadas que tenga, y le doy un pensamiento un
poco más profundo cuando hago un directo de Instagram, que suele ser los viernes,
además del que hice el pasado 23 de abril con motivo de Día del Libro. En esas
ocasiones de directo de Instagram aprovecho para afeitarme; y para peinarme (y
por qué no decirlo, también me peino un poco antes de ciertas videollamadas, a
la batcueva hay que entrar presentable).
Ayer hice el habitual directo de
los viernes en Instagram, compartiendo títulos de libros de viajes con mi amigo
Alberto, un viajero en moto que hace tres años hizo un recorrido hasta Auschwitz
y al regreso reflejó sus emociones en un precioso texto. Lo queríamos compartir
con todos los que se asomaron a ese rincón de las redes sociales; y cómo no, al
hablar de un viaje en moto me puse la camiseta de La Vespita que hace unos pocos años me regaló mi amiga Lorena. Es
una de mis favoritas.
Hoy hace un lustro que se casaron
mis amigos Esther y David. Fue en Almería, un fin de semana en el que descubrí
Cabo de Gata, a la editora de mi tercer libro, y que vivir cerca del mar es una
forma de vivir. Desde hace mucho tiempo siempre he dicho que me gustaría que mi
vida fuera relajada, luminosa y verdadera como los cuadros de Sorolla en la
Malvarrosa de Valencia, y a propósito de una foto robada que nos hicieron a una
amiga y a mí ese día paseando por la playa de los genoveses, nuestro amigo
Vicent, que creo que por aquel entonces ya estaba en Melbourne, fue rápido encontrando
el parecido con uno de esos cuadros de Sorolla. Y así quedó reflejado:
Me ha servido para charlar un ratito con Trini, amiga a la que hace mucho que no veo.
Y entonces me ha dado la
nostalgia del mar, me he acordado de este post (PINCHA AQUÍ: Verás el Sol y el mar) que
escribí en mi primer invierno en Madrid, allá por febrero de 2014. He recordado
otros tiempos en los que el horizonte era una línea separando azules.
Precisamente, en una de las
videollamadas del sábado, nuestro amigo Rafa, un gallego de Canarias que conocí
en Madrid gracias a su amistad con una amiga de mi hermana, y que en Londres
trabó amistad con mis amigos Luis de Alicante y Susana de La Romana, pero que
luego se fue por amor a Sofía (Bulgaria) y al que el Fin del Mundo le pilló en
Canarias mostrando su primogénito a sus padres; hoy nos mostraba las vistas que
tiene desde el apartamento en el que pasa estas semanas: el Atlántico… Nadie lo
ha dudado un segundo: ni la terraza de Luis en Londres, ni los vinilos de Javi
en Alicante o mi biblioteca en Madrid, el mejor fondo era el de Rafa con el mar
ahí detrás.
En fin, volveremos al mar, a ser
posible en La Vespita.
David 38 – Nocilla 0
PS: En esa realidad paralela de
la que he hablado otros días, hay un tipo como yo que hoy está en Valencia presentando
su novela juvenil A Macondo se va en línea
recta en la biblioteca del centro cultural La Rambleta. Ese tipo como yo anoche paseó por Valencia, pero sin
la melancolía de las últimas veces, porque está viviendo en Elche de su propio
negocio en moto.
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