JUEVES 2 DE ABRIL
Hoy hace siete años que me
instalé en Madrid. Hoy, en la planificación que me hice a comienzos de febrero es
el día en el que me hubiera vuelto a instalar en Elche. En esa realidad
paralela de la que hablé hace un par de días hay ahora mismo un tipo como yo
conduciendo una Vespa como la mía a través de carreteras secundarias de La
Mancha, feliz y radiante. Os prometo que no fue intencionado, lo de esta coincidencia
del 2 de abril, y que incluso en algún momento quise verlo como una señal del
puñetero Universo. Era significativo que las circunstancias condujeran a un cierre
de ciclo justo en el aniversario del día en el que llegué. Pero seamos serios:
el Universo no nos da señales a cada uno de nosotros. Es cierto que estamos
programados para detectar pautas, para creer en señales que nos hagan pensar
que todo esto tiene un sentido y que no caigamos así en la desesperación por
las mierdas que nos salpican de tanto en tanto. Pero no es así, lo del 2 de
abril es una pura coincidencia que no se ha dado y punto.
Ésta fue la vista
(distorsionada por mi teléfono de entonces cuando subía las fotos a facebook)
que tenía desde mi primer hogar en Madrid.
Fue curioso: desde mis ventanas
veía allá a lo lejos, al norte de la ciudad, las cuatro torres «maléficas» (así
las bauticé) que simbolizan perfectamente la acumulación de poder, empresas,
trabajo y toma de decisiones que se produce en Madrid. Esta acumulación ha convertido
esta capital en el agujero negro laboral que absorbe y no deja escapar
cualquier oportunidad de trabajo a su alrededor (mirad si no qué potencial más
allá del turismo o agricultura extensiva tienen las provincias que la rodean:
Ávila, Segovia, Guadalajara, Cuenca o Toledo). Y al final, como materialización
de ese proceso que hace siete años me trasladó en el trabajo desde Valencia a Madrid,
yo mismo terminé en una de esas cuatro torres «maléficas» de las que recelaba
al llegar aquí. En la más alta además. ¿No os dije hace unos días que el
destino es un bromista cabrón?
Bueno, más allá de esta reflexión
despechada, hoy he atravesado de nuevo el umbral de mi puerta. La gran anécdota
de mi día por ahora ha sido bajar al garaje a guardar en el coche un par de
cosas que tenía por mi habitación y que deberían estar en el maletero (sería
muy largo explicar el motivo de eso, relacionado con la limpieza de mi
habitación, de la que sí hablaré). Ya que he bajado, además de comprobar que en
la limpieza de la escalera no escatiman en lejía, he aprovechado para hacer como
los señores mayores: esos que tienen el coche parado en la calle pero que una
vez a la semana bajan y lo ponen un rato en marcha, para que el motor no se les
apolille ni sufra mucho la batería (que en realidad bastaría con desconectar
los bornes y punto). Y ahí he estado unos minutillos con mi parque móvil (el Civic campeón del 95 y la Vespa) al
ralentí para que correas, gomas, juntas y demás no se vicien con una posición
determinada. Cosas del confinamiento.
Y esto ha sido porque hoy,
segundo día de inactividad laboral, me he lanzado valiente y decidido a limpiar
mi habitación, que falta le hacía. He redescubierto cosas perdidas en los rincones
más insospechados, incluyendo mi traje de caballero cruzado, que llevaba meses
preguntándome que a quién demonios se lo había dejado porque no tenía ni
puñetera idea de dónde estaba. Además de los estepicursores de polvo que me han
saludado alegres desde entre las cajas que guardaba debajo de la cama (no pongo
foto por vergüenza torera), he encontrado un par de cosas que deberían estar en
el coche, motivo de mi excursión al garaje.
Y en el menú de hoy unas
fantásticas lentejas picantonas para tres días que me están volviendo a dar
hambre sólo de pensar en estas horas en ellas….
Hoy tampoco me he peinado, pero qué feliz soy en mi cocina.
Las agujetas bien, gracias,
disminuyendo. Ayer por la tarde volví a hacer ejercicio con la youtuber que me llama campeona y me
saluda con un «¡Hola guapísimas!». Me vengo muy arriba cuando me lo dice. Lo
que llevo fatal son los ejercicios de suelo, voy a tener que ponerme unos
cojines para los riñones y las rodillas. Yo es que siempre he sido de salir a
correr (podría hacer un símil con eso de morir de pie en lugar de vivir de rodillas);
pero ahora como que no se estila lo de correr, y tampoco puedo hacer como mi
padre, que lleva varios días enviando al grupo familiar capturas de pantalla de
la aplicación que tiene para medir sus paseos y carreras. Se pega entre 12 y 15
km diarios por el pasillo de su casa, que tampoco es ninguna mansión, pero sí le
permite algo que en mi apartamentito sería imposible. Lo que sí veo en un ático,
al lado del parque de detrás de casa, es a alguien que tiene una elíptica en la
terraza y hace ejercicio en casa con vistas al parque. Así sí.
En todo caso, seguiré haciendo
méritos en mi salón para zamparme sin cargo de conciencia el bote de Nocilla
cuando me venza la tentación. Ahora voy a hacer un poco de ejercicio y luego a
atender un par de videoconferencias que tengo más tarde. ¡Qué estrés…!
David 15 – Nocilla 0
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