jueves, 2 de abril de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Debajo de la cama.


JUEVES 2 DE ABRIL


Hoy hace siete años que me instalé en Madrid. Hoy, en la planificación que me hice a comienzos de febrero es el día en el que me hubiera vuelto a instalar en Elche. En esa realidad paralela de la que hablé hace un par de días hay ahora mismo un tipo como yo conduciendo una Vespa como la mía a través de carreteras secundarias de La Mancha, feliz y radiante. Os prometo que no fue intencionado, lo de esta coincidencia del 2 de abril, y que incluso en algún momento quise verlo como una señal del puñetero Universo. Era significativo que las circunstancias condujeran a un cierre de ciclo justo en el aniversario del día en el que llegué. Pero seamos serios: el Universo no nos da señales a cada uno de nosotros. Es cierto que estamos programados para detectar pautas, para creer en señales que nos hagan pensar que todo esto tiene un sentido y que no caigamos así en la desesperación por las mierdas que nos salpican de tanto en tanto. Pero no es así, lo del 2 de abril es una pura coincidencia que no se ha dado y punto.

Ésta fue la vista (distorsionada por mi teléfono de entonces cuando subía las fotos a facebook) que tenía desde mi primer hogar en Madrid.

Fue curioso: desde mis ventanas veía allá a lo lejos, al norte de la ciudad, las cuatro torres «maléficas» (así las bauticé) que simbolizan perfectamente la acumulación de poder, empresas, trabajo y toma de decisiones que se produce en Madrid. Esta acumulación ha convertido esta capital en el agujero negro laboral que absorbe y no deja escapar cualquier oportunidad de trabajo a su alrededor (mirad si no qué potencial más allá del turismo o agricultura extensiva tienen las provincias que la rodean: Ávila, Segovia, Guadalajara, Cuenca o Toledo). Y al final, como materialización de ese proceso que hace siete años me trasladó en el trabajo desde Valencia a Madrid, yo mismo terminé en una de esas cuatro torres «maléficas» de las que recelaba al llegar aquí. En la más alta además. ¿No os dije hace unos días que el destino es un bromista cabrón?

Bueno, más allá de esta reflexión despechada, hoy he atravesado de nuevo el umbral de mi puerta. La gran anécdota de mi día por ahora ha sido bajar al garaje a guardar en el coche un par de cosas que tenía por mi habitación y que deberían estar en el maletero (sería muy largo explicar el motivo de eso, relacionado con la limpieza de mi habitación, de la que sí hablaré). Ya que he bajado, además de comprobar que en la limpieza de la escalera no escatiman en lejía, he aprovechado para hacer como los señores mayores: esos que tienen el coche parado en la calle pero que una vez a la semana bajan y lo ponen un rato en marcha, para que el motor no se les apolille ni sufra mucho la batería (que en realidad bastaría con desconectar los bornes y punto). Y ahí he estado unos minutillos con mi parque móvil (el Civic campeón del 95 y la Vespa) al ralentí para que correas, gomas, juntas y demás no se vicien con una posición determinada. Cosas del confinamiento.

Y esto ha sido porque hoy, segundo día de inactividad laboral, me he lanzado valiente y decidido a limpiar mi habitación, que falta le hacía. He redescubierto cosas perdidas en los rincones más insospechados, incluyendo mi traje de caballero cruzado, que llevaba meses preguntándome que a quién demonios se lo había dejado porque no tenía ni puñetera idea de dónde estaba. Además de los estepicursores de polvo que me han saludado alegres desde entre las cajas que guardaba debajo de la cama (no pongo foto por vergüenza torera), he encontrado un par de cosas que deberían estar en el coche, motivo de mi excursión al garaje.

Y en el menú de hoy unas fantásticas lentejas picantonas para tres días que me están volviendo a dar hambre sólo de pensar en estas horas en ellas….

Hoy tampoco me he peinado, pero qué feliz soy en mi cocina.

Las agujetas bien, gracias, disminuyendo. Ayer por la tarde volví a hacer ejercicio con la youtuber que me llama campeona y me saluda con un «¡Hola guapísimas!». Me vengo muy arriba cuando me lo dice. Lo que llevo fatal son los ejercicios de suelo, voy a tener que ponerme unos cojines para los riñones y las rodillas. Yo es que siempre he sido de salir a correr (podría hacer un símil con eso de morir de pie en lugar de vivir de rodillas); pero ahora como que no se estila lo de correr, y tampoco puedo hacer como mi padre, que lleva varios días enviando al grupo familiar capturas de pantalla de la aplicación que tiene para medir sus paseos y carreras. Se pega entre 12 y 15 km diarios por el pasillo de su casa, que tampoco es ninguna mansión, pero sí le permite algo que en mi apartamentito sería imposible. Lo que sí veo en un ático, al lado del parque de detrás de casa, es a alguien que tiene una elíptica en la terraza y hace ejercicio en casa con vistas al parque. Así sí.

En todo caso, seguiré haciendo méritos en mi salón para zamparme sin cargo de conciencia el bote de Nocilla cuando me venza la tentación. Ahora voy a hacer un poco de ejercicio y luego a atender un par de videoconferencias que tengo más tarde. ¡Qué estrés…!


David 15 – Nocilla 0



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